“Cuando vas en el tren, ¿te has fijado en los rostros de los pasajeros?”, me dijo alguna vez Susana, cuando íbamos de la prepa a su casa en una de esas mañanas en que sentíamos que en la escuela perdíamos el tiempo: no había semana en que por lo menos en un día se suspendieran clases, ya fuera por fiestas de bienvenida o despedida, por el día del estudiante, por el del maestro, la semana cultural, la semana deportiva, elecciones internas, exámenes de nuevo ingreso, etcétera; el concepto de fiesta en ese tiempo, quiero recordarlo aquí, comprendía “renta de sonido” y “chelas”. No les daba para más a las mentes pensantes del Comité (con mayúscula por aquello de que, en realidad, se trata de un misterio que da para pensar en una organización secreta, cuyos miembros y adeptos se mueven con total sigilo).
Volviendo a esa cantidad de gente con la que a diario nos topamos pero que de ella nada sabemos, recuerdo que Susi agregó: “a veces me pongo a pensar en que detrás de esas caras se esconden un sinfín de historias que, de saberlas, seguramente nos espantarían o nos asombrarían”. Hace un rato, mientras miraba un programa en el televisor, se apoderó de mí esa desazón que, por otro lado, se antoja como una pretensión descabellada: si se hiciera, por ejemplo, el ejercicio de detenerse en alguna esquina y se tratara de escudriñar en las posibles cosas que cada transeúnte lleva en su interior, el asunto daría para escribir todas las páginas del mundo: sería como tratar de inflar un globo aerotástico con el soplido de un pequeño que apenas balbucea.
El desconocimiento del mundo, como tal, es abrumador, pero es todavía más abrumador tener la certeza de que esa ignorancia no podrá ser nunca aliviada: lanzarse, con los medios que fuesen, a realizar tal hazaña no traería por sí misma satisfacciones, sino una inacabada tarea que se prolongaría a distancias para nada calculables, y mucho menos conocidas. Lo mejor, después de todo, es dejar que esas historias sigan su propio curso.
“El puerto que sueño es sombrío y es pálido / y a este lado el paisaje está lleno de sol… / Pero en mi espíritu el sol de este día es un puerto sombrío / y las naves que zarpan del puerto son esas naves al sol.”
Fernando Pessoa, “Lluvia oblicua”
(En tanto los días se empeñan en agrandarse, tu voz sigue colmándose de aves marinas….
Ahí se los dejo: Insisto en el asunto: el parámetro de las Olimpiadas no tendría que ser la disputa de medallas. El movimiento olímpico encarna otras cosas que, así sin más, han sido relegadas.)
Imagen: www2.lavoz.com.ar
Volviendo a esa cantidad de gente con la que a diario nos topamos pero que de ella nada sabemos, recuerdo que Susi agregó: “a veces me pongo a pensar en que detrás de esas caras se esconden un sinfín de historias que, de saberlas, seguramente nos espantarían o nos asombrarían”. Hace un rato, mientras miraba un programa en el televisor, se apoderó de mí esa desazón que, por otro lado, se antoja como una pretensión descabellada: si se hiciera, por ejemplo, el ejercicio de detenerse en alguna esquina y se tratara de escudriñar en las posibles cosas que cada transeúnte lleva en su interior, el asunto daría para escribir todas las páginas del mundo: sería como tratar de inflar un globo aerotástico con el soplido de un pequeño que apenas balbucea.
El desconocimiento del mundo, como tal, es abrumador, pero es todavía más abrumador tener la certeza de que esa ignorancia no podrá ser nunca aliviada: lanzarse, con los medios que fuesen, a realizar tal hazaña no traería por sí misma satisfacciones, sino una inacabada tarea que se prolongaría a distancias para nada calculables, y mucho menos conocidas. Lo mejor, después de todo, es dejar que esas historias sigan su propio curso.
“El puerto que sueño es sombrío y es pálido / y a este lado el paisaje está lleno de sol… / Pero en mi espíritu el sol de este día es un puerto sombrío / y las naves que zarpan del puerto son esas naves al sol.”
Fernando Pessoa, “Lluvia oblicua”
(En tanto los días se empeñan en agrandarse, tu voz sigue colmándose de aves marinas….
Ahí se los dejo: Insisto en el asunto: el parámetro de las Olimpiadas no tendría que ser la disputa de medallas. El movimiento olímpico encarna otras cosas que, así sin más, han sido relegadas.)
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