miércoles, 30 de abril de 2008

De la patada


“El futbol es sufrimiento, pero bien vale la pena…” decía en un reportaje antier por la noche un comentarista televisivo. Las imágenes, entre otras, que acompañaron tal declaración incluían: los rostros, desencajados y llorosos, dolientes y trabados, de aficionados y jugadores de Veracruz, equipo recién descendido a la segunda división (que aquí, por una cuestión engañosa y obedeciendo un triste formulismo, se han empeñado en llamar primera división “a”).
El futbol es capaz de acrisolar, entre sus adeptos es obvio, un sinnúmero de manifestaciones, estados de ánimo y actitudes que resulta difícil que alguien ponga en duda su poder de aniquilamiento: el aficionado ya no depende de sí mismo, le ha entregado su alma al diablo, que lo ha seducido al presentársele en forma esférica.
Juan Villoro, por su parte, propone en Dios es redondo que el futbol es más que un ejercicio lúdico: no obstante que se trata de la actuación de 22 de pantalón corto sobre el césped que (¿para qué negarlo?) arrastra multitudes, se habla asimismo de la práctica de un juego cuyo escenario puede desbordar la vida, porque las pasiones desde hace mucho han sido rebasadas.
Sin embargo, hay quien dice que el futbol es un concierto (¿des-concierto?) desarticulado de patadas y sudor a chorros (¿tanto, para anidar una pelota en un recuadro blanco?): la armonía viene dada, objeta Villoro –y yo con él–, por aquel ritmo con el que la red recibe un balón que ha rebasado la línea de meta y un eco venido de las gradas se prolonga hasta el infinito, con precisión infinitesimal.
Anoto una última consideración mía resultante de lo que propone Galeano: El hincha –el aficionado, por utilizar el término que usa el uruguayo– es el receptáculo último, pero no por eso de menor valía, de un deporte que en su ejercicio da cabida a la magia y a deslumbrantes actos de pretidigitación, tras de los cuales un sombrero recorre las gradas en busca de un aplauso, un grito descollante o una multitud de rostros enfebrecidos e iluminados.

“Realmente me irrita este ruido, este partido que vuelve a colarse en mi vida cuando mi único proyecto era pagar los impuestos y envejecer con dignidad. Es decir, un proyecto de intelectual olímpico, goethiano. Y a medida que voy escribiendo renace en mí la bestia de grada, el militante rojiblanco, el seguidor de aquella entidad que era más que un club antes de convertirse en una empresa que vende sobrecitos proteínicos y curativos y aguas milagrosas
Manuel Vázquez Montalbán, citado por Villoro en Dios es redondo
(las cursivas fueron introducidas por mí, con total desfachatez y atrevimiento)

(Ayer, de nueva cuenta y para sorpresa de muchos, entre los que me incluyo, cayó una llovizna: la prisa por llegar a casa desapareció de pronto.
El sábado vi a algunos de Los Solos: parece que hay buen viento para que el proyecto de la locura llegue a buen puerto.
Ahí se los dejo: El sujeto austriaco, llamado por los medios como el "monstruo de Amstetten", que llevó en secreto una fiesta horrorosamente desquiciada por más de 24 años con su hija, me hizo recordar a Gabriel Lima, el protagonista de El castillo de la pureza de Ripstein que, vale anotarlo, se basó en algunos hechos reales ¿Será esto cíclico?)
Imagen: www.argentina.blogalaxia.com

lunes, 28 de abril de 2008

El señor de las palomas


La otra tarde, en un parque céntrico, leía, o hacía como que leía porque en realidad me cuidaba de que las palomas no hicieran blanco sobre mi cabeza, cuando un hombre, vestido de negro, descalzo –los talones de sus pies estaban ajados–, con suéter –el calor a esas horas modorras calaba con enjundia–, el pelo largo, sin peinar, melindroso, los ojos botados, acuosos, con un costal sobre la espalda se acercó a la fuente: llevó agua con sus manos a su cabeza en tres o cuatro ocasiones, y respiraba como si estuviera a punto de zambullirse en una laguna enorme. Prácticamente se dio un baño: en ese momento lo envidié, de alguna forma quise deshacerme de lo bien vestido que iba y de buena gana saltar al centro de la fuente. En esas añoranzas me entretenía cuando me di cuenta que yo no era el único mirón: quienes estaban en las otras bancas y aquellos transeúnsentes que iban o volvían del Centro, le dedicaron un momento y se le quedaban mirando: había en ellos algo que me hacía pensar que también deseaban mojarse públicamente sin más, olvidarse de todo y saltar como niños en los charcos que la lluvia deja a su paso.
Por un rato el hombre se quedó ahí, sentado en el filo del redondel, fijando la vista en nada en particular; sin querer me encontré con sus ojos: en ellos alcancé a ver una especie de vacío, de largo desierto caliginoso. Desvié la mirada. Al fin se irguió, abrió su costal y sacó una bolsa negra: en su interior vació algunos puños de agua, la cerró y la agitó una y otra vez y se dirigó a uno de los jardines del extremo: tras recargarse en un árbol, introdujo la mano en aquella bolsa gelatinosa y comenzó a arrojar puñados de migas húmedas a las palomas que, en cuestión de minutos, lo rodearon, le hicieron valla, se le encaramaron como si se tratara de un monumento de cantera o bronce: se me figuró que el hombre era una mole de palomas que aleteaban y planeaban sobre las bancas y la fuente y remontaban la ciudad entre gotas y migas….

“Antes de que nos olviden, haremos historia….”
Caifanes, “Antes de que nos olviden”, en El Diablito

(La ventana del depa de D. y V. es en realidad una caja de colores: al correr la cortina se abre ante los ojos una ciudad nueva, distinta cada tarde.
Bebesito trae zapatos ortopédicos: aún no lo he visto correr con esos armatostes bajo sus pies.
Ahí se los dejo: el IMSS reveló que el año pasado se dieron diez embarazos en niñas menores de 10 años. ¿Puede haber algo más parecido al horror, a lo perverso?)

Imagen: http://fotoblog.dispersi0n.net

viernes, 25 de abril de 2008

Apoteosis


Que yo escriba la palabra “apoteosis” no es algo que sorprenda a estas alturas, por mis continuas recurrencias a este término. Pero quizás nunca como en esta ocasión para esculpirla con detenimiento, a-p-o-t-e-o-s-i-s, para inmortalizarla en una marquesina que no se venga abajo con el paso del tiempo, para deletrearla con un sabor que no se extinga no obstante el perecedero proceder de las palabras.
Apoteosis, así, llanamente apoteosis, de este modo podría calificar el concierto de Goran Bregovic, acompañado de su banda Bodas y Funerales, hace dos días en un teatro tapatío que, por cierto, se abarrotó hasta los candiles –bueno, tal vez exagero porque no tiene candiles–.
Es cierto, Bregovic todo el tiempo se dirigó al público en inglés –idioma que no hablo y entiendo muy poco–, sus coristas entonaron en una lengua que no pude ubicar –baste decir que son de Sofía, Bulgaria–, el otro vocalista es un gitano de voz que va en zig-zag y continuamente retorna, y los restantes miembros de la banda son originarios de Serbia. Así que el hilo que prevaleció entre la banda y un servidor, fue solamente la música: calcinante, deliciosa, embriagante, apoteósica, sí, a-p-o-t-e-ó-s-i-c-a; música que a veces emergía desatada, desaforada en sus acentos, y en otras tantas brotaba con una mesura que resultaba abrigable y en ocasiones venía dosificada, como ese antídoto que procura el buzo en medio de una crisis y asoma a la superficie para renovar sus pulmones que están a nada de reventar.
Los tonos, mixturas, las alas en los instrumentos, la concatenación de renglones sonoros, todo de la mano parecía provenir de lugares remotos: en su trayectoria ese todo se iba agrandando, acumulando fuerza, sobrevolando y, al fin, horadando los ojos y los oídos y las manos y la sola alma a la que concurrimos todos los que estábamos en las butacas….

“Quiero cantar, cantar hasta sentirme / hueco de todas las palabras, ebrio / de mi boca desnuda”
Jaime García Terrés, “Elegía portuguesa” (2) en Las provincias del aire

(Este post está dedicado a la Chica Azul)

Imagen: www.lagonordlive.it/images2/bregovic3.jpg

jueves, 24 de abril de 2008

Ai le encargo


Ayer, en una céntrica calle, por la tarde estacioné el auto “siguiendo las indicaciones” de un franelero, un viene-viene o un apartalugar, como quiera llamárseles; Ana García Bergua los ha bautizado como “La cofradía de la santa cubeta”.
El asunto a reflexionar aquí es que al descender del auto, el empeñoso y trabajador franelero –que, dicho sea de paso, nunca sabe uno por dónde van a aparecer– me dijo: “¿Una lavadita?”. Le contesté que no. Enseguida, muy orondo, me espetó: “Ai le voy a encargar un veinte”. El tipo, sin ninguna autoridad e incluso antes de brindar su servicio de “guarura de las calles” pretendía que le diera 20 pesos. ¡Qué desfachatez! Ahora han llegado a la ridícula –pero no menos agraviante– pretensión de establecer cuotas: se han erigido en una especie de tasadores de los espacios públicos.
Es una voz común que va tomando dimensiones de alud: un ejército compuesto de cientos de efectivos con mañas y una pizca de arribismo han tomado las calles, las han convertido en su trinchera, cuartel, campo de batalla y explanada para ceremonias oficiales –perdónenseme los adjetivos, sólo fue por enumerar palabras de un mismo campo semántico–.
“¿Hasta dónde llegaremos?”, exclamaba mi abuelo cuando las cosas tomaban un rumbo incierto; quizá esa expresión podría aplicarse aquí, aunque con unos pasos más allá: ¿llegará el momento en que no sólo tengamos que pagar por anticipado a estos miembros de “La cofradía de la santa cubeta”, sino que ellos, con arbitrariedad, decidan quién puede estacionarse o no en sus dominios?

“Si pienso que fui hecho para pensar el sol, para decir cosas que despierten amor, ¿cómo es posible entonces que duerma entre saltos de angustia y horror?”
Silvio Rodríguez, “Sueño de una noche de verano”

(Del concierto de Bregovic y su banda de Bodas y Funerales escribiré mañana; por aquello de no relatar disparatancias producto de un estado todavía enfebrecido.
Mientras participé en la lectura pública de Al filo del agua constaté lo siguiente: los pocos oyentes en realidad estaban en otro lado. Lástima.
Mensaje para los protagonistas del fin de semana naco: lamento de veras mi falta de tacto y consideración. Estoy apenadísimo.)

Imagen: www.caminandosinrumbo.com

miércoles, 23 de abril de 2008

Prolongaciones


El espejo es un objeto que no pasa desapercibido: donde hay uno siempre habrá quien se asome a su interior; y cuanto más cerca, mucho mejor. El espejo, como si de una película se tratase y a todo lo largo y ancho de sus posibilidades, corre un sinnúmero de cuadros en los que se retrata, con toda fineza y perfección, lo que sucede de este lado (suponiendo que el espejo se erija como “el otro lado”): una imagen totalmente semejante, salvando la proyección a la inversa.
El espejo, por ejemplo, en Sueño de Arizona funciona como una cámara más al mando del director: una de las escenas (de muchas) más significativas del filme sucede cuando dos de los protagonistas sentados a la mesa juegan, con una extraña mezcla de temor y tranquilidad, a la ruleta rusa: la imagen se prolonga en un cuadro más, una ventana, recipiente donde es posible enmarcar a aquellos dos pasándose la pistola, salpicados por la conmiseración de uno y la total dejadez de la otra. El espejo se convierte entonces en el catalizador de las sensaciones y el conducto del acto que ambos pretenden ejecutar y que…. (vean la película).
Cuando Salvador Elizondo comienza cualquier historia, cualquiera de todas sus historias, se sabe que en algún momento de la narración se asomará entre líneas o con todas sus letras un espejo: a menudo el derrotero de lo que cuenta Elizondo va signado por la prolongación intacta que se guarda en el reflejo, por aquello que resulta del involucramiento del objeto en su relación con los personajes.
El espejo, pasando a cuestiones terrenales, en un principio fue considerado un objeto casi de culto y al que pocos podían acceder, pues su valor excedía las posibilidades de la clase media, y sólo tenía cabida en las casonas de los poderosos; en el tiempo extravió esa cualidad y adquirió otra, más ad hoc para estos tiempos: en todos tamaños y presentaciones no falta uno de estos curiosos instrumentos en miles de lugares, cuya lista es larguísima y no está exenta de extrañezas y adjetivos descabellados.

“Me pareció increíble que ese día sin premoniciones ni símbolos fuera el de mi muerte implacable”
Jorge Luis Borges, “El jardín de senderos que se bifurcan”

(En un rato más seré uno más de los lectores que se apuntaron para recordar a Yáñez con su novela Al filo del agua.
Hoy, también, como si formara parte de una fila india en una escena undergroundiana, seguiré a la banda de Bodas y Funerales.)Imagen: www.hoy-digital.com

martes, 22 de abril de 2008

Un viaje, varios viajes


A propósito de un texto de Boullosa publicado en Día Siete, respecto al poeta Darío Galicia –Piel Divina en Los detectives salvajes de Bolaño–, quiero hacer un comentario –alejado de toda intención culturosa– en torno a esa novela que, según algunos críticos, inauguró una nueva narrativa latinoamericana.
Los detectives salvajes es un viaje: en la novela se narra un viaje pero la novela en sí misma es un viaje. Y es un viaje, asimismo, en muchos sentidos: para los protagonistas es un viaje, para el lector es un viaje, la narración es un viaje; en suma, Bolaño, y sospecho que no lo buscó intencionalmente, propone distintas lecturas y a los lectores nos toca embarcarnos en todos esos mares no sin antes haber quemado las naves y partir. A ratos se trata de un camino alucinante, despistado, lleno de sorpresas, a veces oscuro y otras tantas luminoso, saturado de referencias y microhistorias, de trampas y miniautobiografías dictadas por las voces de los retratados.
Roberto Bolaño fue un narrador que no se apegó a ningún molde, a ninguna fórmula preconcebida o cuadrada, a nada que no fuera lo que su pluma le iba dictando, llevándolo por derroteros que ni él mismo conocía dónde iban a desembocar: esa búsqueda frenética y desesperada de Cesárea Tinajero se va reinventando conforme los detectives salvajes encuentran una pista, por mínima que sea, ya sea a nivel narrativo ya a nivel anecdótico.
Es cierto que esta novela merece glosarse de manera exhaustiva, con detenimiento, quizá conectándola con numerosas referencias y sin dejar de lado su valor narrativo, pero el espacio aquí no es el idóneo y no pretendo por el momento llevar a cabo tan descomunal ejercicio.
Entonces, lo que resta decir, y por anotar lo menos, es que Los detectives salvajes vino a refrescar -tal vez a reinventar- el panorama no sólo de la narrativa chilena –por ser el autor, chileno–, sino la mexicana y alargando el brazo, la latinoamericana y española.

“….esa extraña mirada nos perdió en el exilio del otro”
María Cristina Preciado, “Las ciudades últimas de febrero: mirada y extrañamiento”

(Bregovic, con su banda de Bodas y Funerales, traerá los aires de Underground, Sueño de Arizona y Gato negro, gato blanco al bajocielo tapatío.
Hoy me han contado que Chu, de vuelta de la calle, cruzó la puerta con otro semblante: la de aquella que bailó de otro modo la vida.
Ahí se los dejo: Mañana habrá una lectura pública de la novela Al filo del agua del hijo pródigo del Barrio del Santuario, Agustín Yáñez; cientos de voces, como si se trata de una especie de Torre de Babel sonora, armarán ese rompecabezas en que se convierte un libro cuando es hojeado por muchos.)
Imagen: alhamar-critica.blogspot.com

viernes, 18 de abril de 2008

Un mago



“Mira, aquel hombre, el que está a punto de cruzar la calle, es poeta”. Esta declaración, si no descabellada o inimaginable, es casi imposible escucharla en alguna conversación cotidiana. ¿Quién es poeta? ¿A quién se le puede llamar poeta? ¿Es identificable el poeta como lo es el zapatero, el carnicero, el burócrata, el panadero, el maestro, el voceador?
“Un poeta, escribe Chumacero, no es un ciudadano recomendable para disponer de algo más que de su propia conciencia”. Es un ser imposibilitado, que carece de margen en la cotidianidad, que no cuenta con credenciales para actuar en los asuntos mundanos, salvo que su labor se remita a reseñar aquello que ve de manera pastosa, animada, adornada, incluso torcida.
“Un poeta es un hombre, agrega Chumacero, que vierte la palabra de acuerdo con significaciones no siempre apegadas al uso corriente del lenguaje”. ¿A qué se dedica entonces el poeta? ¿Acaso a llegar a lo mismo que dicen los demás, sólo que él atraviesa oscuros renglones y se vale de un abecedario no por todos conocido, que ha pasado de poeta en poeta por los siglos de los siglos y como si se tratase de una clave indescifrable para los demás?
Anota Chumacero que “el poeta es el antípoda del ‘hombre de bien’, el enemigo de la cordura, el perverso que todo lo desvirtúa”. ¿Qué produce el poeta? Si fuéramos gobernados por un poeta, ¿habría un futuro posible? Y, finalmente, ¿el poeta es de este mundo –entendiéndolo como la cotidianidad y lo terrenal– o por sus características y cualidades vino de lugares lejanos? Sí, el poeta es un desterrado, un mago, un vidente, un poeta.

“Sobre las grietas de sus manos / podían hundirse mil noches / y no volver a hallarlas”
Enriqueta Ochoa, “Al hacedor de templos, en el llanto…” en Los himnos del ciego

(Los apuntes de Chumacero fueron tomados de “Acerca del poeta y su mundo”, en Los momentos críticos.
Los protagonistas del fin de semana naco quizá coincidamos en una cocina: aprender a cocinar constituye un paso que no puede esperar mucho.
Ahí se los dejo: la ola de voces que pregonan por el boicot a las Olimpiadas a celebrarse este año en China, está tomando una altura que las autoridades de ese país parece no podrán controlar.)
Imagen: rondadepoetas.blogspot.com

jueves, 17 de abril de 2008

Lo de antes


Antes. Esta palabra desemboca en la imposibilidad: siempre tiene que ver con algo a lo que ya no es posible acceder.
Cuando en una conversancia alguien introduce esta palabra lo hace para dejarse ir por vericuetos que conducen a los interlocutores a parajes ahora desconocidos, borrosos, paradisiacos casi: “antes este río tenía agua cristalina”, “antes, qué esperanzas que un chico fumara delante de los mayores”, “antes venía seguido por aquí, ¡cómo ha cambiado todo!”, “antes no había Internet, ni celulares, ni….”, “antes podía salir uno tranquilo a caminar por las calles”.
Las más de las veces, lo de antes, en palabras de quien lo dice, es siempre mejor que lo que hay ahora: quienes no conocimos lo que se cuenta, salvo por la referencia oral, lo de antes avientra otras posiblidades que no alcanzan a tocarnos, sin embargo adquiere las tonalidades de un mundo paralelo al que no es posible hallarle otra entrada que no sea la imaginación.
Si lo consideramos, acaso por una intención curiosa, lo de antes viene a ser el final de una larga caída: la memoria acciona un mecanismo cuyos resortes son impulsados por la evocación y la nostalgia, incluso por el insano deseo del ayer y por un anecdotario de páginas con vivas ilustraciones y letras grandes, y el impulso se solaza en los aires.
Antes, por ejemplo, solía sentarme con el abuelo, bajo el paraguas de un sol verde asbestiano, a leer o a verlo leer: la manivela de esas imágenes proyectadas sobre una cacariza pared de ladrillo viejo, ahora corre en reversa, pues hoy el abuelo se sienta conmigo y no precisamente con previo aviso. Antes, también, solía tener pelo, solía guiarrear a ratos, solía no beber cerveza, solía tener un perro –Chester-, solía….

“Hace tiempo recogí una moneda que sólo compraba las cosas de antes”
Juan Villoro, Tiempo transcurrido (Crónicas imaginarias)

(La tarde de antier vino como una tarde Azul: hacia el final revelamos una fotografía cuyo fondo era definidamente gris pero al frente despedía aires azules.
Goran Bregovic se presenta la próxima semana en el Diana: lo mejor de esto es que ya tengo boleto para apersonarme en el concierto. Pero lo todavía más mejor, sin duda, va a ser la compañía.
Ahí se los dejo: una niña colombiana de 10 años abandonó las filas de las FARC después de ver morir a su hermano en combate.)

Imagen: www.avisos-gratuitos.com

miércoles, 16 de abril de 2008

Otra moda


Hace algunos días, un chompa –protagonista del fin de semana naco– decía que “ser naco se está volviendo moda”. Viajábamos en auto rumbo al sur del estado cuando soltó esta frase con tal categoría y un catálogo de ejemplos, que no nos quedó otra que asentir.
El asunto tiene varios tintes, y un sinnúmero de posibilidades por las cuales seguirle el rumbo; me limitaré a unas cuantas.
Según la Real Academia Española, naco, en México, procede quizá del totonaco y se traduce como indio –indígena–. Por otra parte, en Uruguay es un término coloquial cuya traducción obedece a “excremento sólido, especialmente el humano”.
El naco, por estos lares, se acomoda a la acepción que da la Real Academia, sólo que el pastel lleva encima una cereza: el término se aplica con sumo desdén y un caudal de discriminación, con una intención peyorativa y de denostamiento –hacer menos­–. Aquél que se hace acreedor a tal encasillamiento, se le considera de clase baja, de mal gusto, con afición musical populachera y, en algunos casos, hasta iletrado.
Algo de lo que decía mi chompa es que eventos de variada índole a los que por lo común sólo acudía cierto sector de la población, ahora son frecuentados por: pepones, fresas, los llamados eclécticos, estudiantes de humanidades –sobre todo letras y de abogacía–, algunos miembros de bandas del movimiento oscuro, entre otros tantos especimenes. En tales eventos, dicho sea de paso, figuran las funciones de lucha libre, salones musicales donde sólo se baila género de banda, danzón, salsa, incluso tango; o salas de cine donde por tradición se proyectan filmes del todo comerciales o tianguis concurridos sólo por gente de bajos recursos que sobreviven en colonias perdidas.
La invasión, agregaba él, se agudiza cada día más, y la promoción para asistir a estos lugares ha alcanzado niveles nunca calculados, tal vez ni imaginados. En este paraíso recién inaugurado, para los nuevos –pepones, eclécticos, etc. – en estas lides pasearse entre los que no son iguales equivale a ser otro: la máscara está dada por un intento de desarraigo que nunca llega a ser tal. Más allá, hay aquí también un intento de apropiarse un humor, ideas y palabras que nada tienen que ver con lo hasta entonces conocido, vivido o dicho.

(En la Ciudad de México, a tono con esta moda del ser naco, rifan en la radio estas dos rolas: “La cumbia del culero” y “La cumbia del oso polar”.
El domingo, en la grama del Jalisco, sucedió, como dice Eduardo Galeano, el buen futbol: “Ganamos, perdimos, igual nos divertimos”. Sí, ganamos; sí, nos divertimos; y sí, saboreamos, además de la victoria rojiblanca, la larga agonía de fracasos del rival.
El lunes vi a Bebesito: gritó y se rió con un largo gesto mientras tocaba el cláxon del Lupito.)
(Imagen: hazmeelchingadofavor.com.
Este post estaba pensado para subirlo ayer, así que el correspondiente a este día se publicará más tarde)

lunes, 14 de abril de 2008

Tarde-noche acuosa


Ayer llovió. Cayó una lluvia delgada, de corto aliento. Es reconfortante ver cómo la ciudad se resignifica a partir de menudos hechos : una llovizna tiene la virtud de imprimirle otro rostro a lo cotidiano.
En esas cortinas nebulosas, grisáceas que descorrían los edificios y las calles, las plazas y avenidas, las esquinas desiertas, había voces que en tropelía se abalanzaron en todas direcciones: inesperadamente las primeras gotas habían comenzado a venirse abajo, no hubo paraguas ni impermeables, sólo una algarabía de diminutos ojos que se abrían al contacto con el suelo.
El color de las ventanas cerradas, de las lámparas públicas que se encendían una tras otra, de las fachadas agrietadas, del pavimento resbaladizo, de las caras que asomaban a la calle, fue adquiriendo un renovado matiz: era posible encontrarse reflejado en un sinnúmero de objetos y reconcerse en las primeras palabras al resguardo de aquel sorpresivo clima.
La tarde-noche vino con otro tiempo, que le era inherente por la lluvia sola, y desplegó un paracaídas que aterrizó sin contratiempos: el escenario descorrió el telón por unos cuantos minutos y se cerró tras una ovación de miradas que provenían desde distintas direcciones

“…la misma soledad, la no mentida, y este largo destino de manos que se miran envejecer”
Olga Orozco, “Para Emilio en su cielo” en Desde lejos

(La semana antepasada me reuní con Carmen a tomar un café: sigue siendo la matadita que conocí hace algunos años.
Soñé a Bebesito: lo vi en un campo largo, corriendo junto a Cirilo. Lo rescatable de esta imagen es que puede ocurrir un día de éstos.
Ahí se los dejo: una niña yemení de ocho años le ha solicitado a un juez del tribunal de Saná le permita divorciarse -su padre la obligó a casarse con un hombre de 30 años-. Los matrimonios de menores en Yemen y en algunas regiones de Arabia Saudita son comunes.)

jueves, 10 de abril de 2008

Césaria


“La Diva de los Pies Descalzos”; así me dijo Elda que le llaman a Césaria Evora, una cantante que –ya lo había escrito alguna vez– tiene una voz deliciosa.
Lo primero que escuché de ella fue la rola “Ausencia”, como parte del soundtrack de Underground, ese filme avasallador de Kusturica. Hay en esa melodía un misterio que hacia el final se desvela: es posible asir la canción por un sinnúmero de flancos, sin embargo el asunto se resuelve cuando la voz de Césaria hace de la apotesis una nota en el cuaderno punteado.
En Babelia, suplemento del diario El País, hace poco leí que su vida, como la de Piaf aunque no en igual escala y de no semejantes circunstancias, transcurrió en los arrabales de su natal Cabo Verde, en las cantinas de mala muerte donde cantaba para que le invitaran algunos tragos. De ahí, a los mejores escenarios del mundo: entarimados que pisa descalza, por eso el apodo arriba escrito.
En el disco “Miss perfumado” Césaria destila, como si de aguamiel se tratara, una voz cuyo tono mariposea y se anida en los adentros de quien la escucha: ella tiene el poder de, no obstante que su lengua es el portugués y que de este idioma sólo sé la o por lo redondo, conducirme a un estado afiebrado y lunático quizás, entendido como ese pernoctar sin voz y a media altura.
Hace pocos días supe que Césaria se presentaría en el Festival Cultural de Zacatecas, presentación a la que por nada del mundo dejaría de asistir: al final el concierto se canceló. Tan cerca… y tan lejos a la vez.

“Romperemos la piñata / del cielo / y habrá estrellas para todos.”
Raúl Hernández Novás, “Sobre el nido del Cuco”

(Se fue, de nuevo se fue: Cirilo, ¡carajo!, en el fondo tal vez sí sea un perro vagabundo.
Anoche, en Tónica Jazz desde el teatro estudio Diana: la música en ocasiones puede convertirse en un lenguaje no circunscrito a escenarios limitados, sino que puede dar pie a conversaciones en las que los silencios –largos, cortos, provocados, bien medidos– son excelentes interlocutores. Lástima de los invitados que no se apersonaron….)
(Imagen: dedentroafuera.blogspot.com)

miércoles, 9 de abril de 2008

Sobre lo(s) chilango(s)


Por estos lares, desde que tengo uso de razón se denosta lo chilango por ese enconado sentimiento que guardamos en torno al chilango mismo –por razones históricas, económicas e incluso culturales, aunque no del todo claras–, al oriundo de la capital del país: a menudo, en cuanto salta el tema, no falta aquél que recuerda aquella vieja frase de “haz patria: mata a un chilango”.
Es curioso cómo la geografía delimita no sólo los rasgos identitarios, sino que también traza una línea invisible que separa las urbes con su consiguiente ritmo y cualidades, y como por arte de magia dota de una personalísima manera de ser y de conducirse a los habitantes de tal o cual lugar: se dice –léase bien, se dice– que el chilango es transa, arrogante (“el ombligo del país”, según Monsiváis) y malhablado, que el jalisquillo es ultraconservador y atrasado, que el norteño es francote y machista, que el tijuanense flota entre la mexicanidad y lo americanizado, “ni de aquí ni de allá” pues, que el sinaloense aspira a ser narco, que los queretanos sueñan con el ideal capitalino, etcétera.
Volviendo a lo chilango, según Nicolás Alvarado, que aglutina lo que aportan al tema la Real Academia de la Lengua, María Moliner y Joan Corominas, el chilango es: un libertino, afectado y ufano en su andar, de talante entrometido, bullicioso, astuto, malicioso y travieso y, por tanto, falto de formalidad y de juicio, indigno de confianza. Caray, entonces no está lejos esto de lo que Jaime López apunta sobre el chilango: que es un mequetrefe.
Que quede claro, a estas alturas, que mi intención no es anotar una nueva definición sobre el chilango o lo chilango, ni mucho menos un ataque a los capitalinos que, por cierto, ya no son identificados de esa manera en lo oficial; así lo refiere Alvarado: la Ortografía de la Lengua Española, desde 1999, da chilango como el gentilicio correspondiente a la Ciudad de México. No capitalino ni defeño: sólo chilango.
Según he oído decir los chilangos no son muy dados al buen trato; aunque, debo anotarlo, en días pasados, de dos personas distintas recibí contrarias referencias y por mucho tiempo traté a una mujer capitalina a la que hoy ya no veo pero estimo en sumo grado y quien no se acomoda al estereotipo del chilango que priva por acá.

“Trazando de arriba abajo, ahí va la chilanga banda, chin chín si me la recuerdan, carcacha y se les retacha”
Jaime López, “Chilanga banda”, rola cantada por Café Tacuba.

(Las notas sobre lo chilango de Nicolás Alvarado fueron tomadas de su libro Con M de México, un alfabeto delirante.
Excelente noticia publicada el domingo: los Fabulosos Cadillacs preparan nuevo material y alistan gira de regreso.
Ahí se los dejo: Del clásico del domingo pueden emerger dos escenarios: si América gana dará por salvada su temporada harto mediocre, así de sencillo, y esto no lo digo yo, sino las voces americanistas, entre las que se incluye el portero azulcrema; y si las Chivas salen victoriosas, habremos de pensar en que las cosas siguen en su real sitio –qué ibérico me vi con este último adjetivo–.)
(Imagen: danielpaez.com/blog/)

martes, 8 de abril de 2008

Un ciego ve


Hoy me aventuro a decir que un ciego ve, a su manera, pero ve. Todos esos personajes que pueblan el Ensayo sobre la ceguera ven una ciudad, su ciudad, la que siempre ha estado ahí: la recorren, a tropezones, tanteando, aventurándose, guiados por los sonidos y su sentido previo del conocimiento del territorio; la construyen y la echan abajo tan sólo al imaginarla; todo ese ejército de ciegos ven a sus semejantes, los saben ahí, a su manera logran verlos.
El asunto de perder la vista, por donde se le quiera ver, es complejo, a más de desesperante y doloroso: resulta como aquella canción de Armando Rosas, “….y detrás de ti se produce un abismo, donde tú, tú ya no puedes regresar”. Perder la vista ha de ser algo semejante: la no vuelta atrás a considerar siquiera las posibilidades de recorrer y adentrarse hacia donde los ojos nos llevan. Se trata de una no vuelta atrás que implica no sólo irreversibilidad en sí, sino un desgajamiento en la percepción: con ceguera se vuelve necesario atarse un hilo de Ariadna invisible y anudarlo a la memoria, y así lo recorrido vendría a erigirse como un tercer ojo, una linterna siempre dispuesta y de alcances que irían más allá de una batería o fuente de luz.
Un oftalmólogo que, de tanto operar ojos, pierde la vista, merece no conmiseración ni un lastimero trato, sino de toneladas de solidaridad, cuyos gestos desemboquen en proveerle de un tercer ojo: la desesperanza de la ceguera sólo puede ser aliviada en función de dotar de otros órganos oculares a aquél que se ha quedado en la más llana oscuridad.

“Aún si digo sol y luna y estrella me refiero a cosas que me suceden”
Alejandra Pizarnik, “El corazón de lo que existe” en Los trabajos y las noches

(Corrijo: Cirilo no regresó por sus propias patas, sino que la Chica Azul lo encontró: “Encontré a Cirilo, yupi!”, fue su mensaje.
El viernes vi Párpados azules: una oda a la soledad, una oda a esa encarnizada lucha en que la única salida es salvarnos de nosotros mismos.
Ahí se los dejo: una compañía de aviación colombiana le prohibió a un hombre volar solo. ¿Por la condición de ser ciego se pierde el derecho a vacacionar? ¿No ver cancela el goce, la posibilidad de un descanso merecido?)
(Imagen: www.apertura.cl/anteriores/enfoque_ceguera_in...)

lunes, 7 de abril de 2008

Bajo el puente



Hay algo de poético en ese final: la mujer que él pensaba que lo esperaba al otro lado del puente para partir –bolso al hombro y maleta en el piso, mascada en la cabeza y gafas oscuras–, se sorprende hasta el temor al verlo llegar: en realidad ella esperaba al otro, a aquél que en el puente lo tuvo a bocajarro para vaciarle la pistola y no se atrevió a disparar.
Antes, en días de tareas y atención a pacientes y en los que en las noches apenas alcanzaba a tirarse en la cama para deshacerse de un cansancio demoledor, había sostenido dos o tres encuentros con ella: en el fondo no le atraía lo suficiente como para que él se convenciese de que tenían una relación estable, sin embargo, no obstante concebirla como un ser enigmático y extraño, la imagen de ella era recurrente en la proyección de sus recuerdos cotidianos, en sus andanzas sin hora y apuros de sorbo de café en oficinas y pasillos en los que al sol le estaba prohibido penetrar.
Cuando ella lo vio descender del puente, cuando sus ojos no pudieron contener un asombro desmedido, él entendió que esa mujer quizá le había tendido una trampa: pero, ¿por qué el otro no lo había matado si ella había hecho de manera excelente su trabajo al llevarlo dócilmente al matadero? Ella –también él– no pudo encontrar una respuesta –ni en ese momento ni después–, de los pies a la cabeza no era más que una madeja de incertidumbre mientras él, maleta en mano, descendió las esclaeras, la vio un momento y siguió de largo….
"...porque el olvido, bien lo sabes, es lo más inolvidable que hay en el mundo...."
Alfredo Bryce Echenique, "La última mudanza de Felipe Carrillo"

(Cirilo apareció. Ya está de vuelta. Muestra rastros de peleas callejeras. Pero ese viejito cafesoso ha vuelto a pisar sus mismas huellas.
Fin de semana naco: los protagonistas dijeron (y pensaron) peladencias, maledicencias, dejaron atrás las inocencias, develaron intenciones, escucharon música de arrabal y cantina de radio am y trío norteño, supieron coincidir y recorrieron kilómetros en los que vieron el nacimiento de un nuevo personaje: M. Bukowski.
Ahí se los dejo: Paty Blue decía en un programa radiofónico: “A todo se acostumbra uno… menos al horario de verano”.)

(Imagen: www.portalinca.com)

jueves, 3 de abril de 2008

Rumorear


El poder de los rumores es arrasador. Comienzan a veces en murmullos, y al final de su camino ya han adquirido la coraza de las convicciones; aunque la certeza comprobada no les venga ni les acomode y tampoco importa mucho su creador o seguir las pistas e investigar dónde y por qué se originó.
La gente practica el rumor como si se tratara de un deporte: hay quien se escuda tras ellos para construir una cotidianidad más o menos llevadera, o está el otro que hace del rumor su perorata diaria, o aquél que toma decisiones basado en supuestos, o el que se atreve a desafiar a cuanta cosa se le ponga enfrente atenido en datos infundados.
El ejercicio del rumor tiene asimismo algunos asegunes: lo que se rumora en ocasiones acaba siendo una sentencia irrefutable: “si el río suena es porque agua lleva”; el rumor con intención adquiere una dosis de infalibilidad y se propaga a velocidades no cuantificables; el depositario del rumor posee un extraño poder y hacerlo extensivo tiene que ver con su agenda del día, con pisar territorio conocido; los rumores, ¡faltaba más!, siempre sentencian o indultan, exaltan o sobajan, advierten o cuestionan, aprecian o desdeñan.
Esto de los rumores, por último, más de una vez ha sido objeto de largas discusiones y, al fin, se les descubre un doble filo: o se queda uno con el rumor y se le reduce al rincón de lo inservible, o se pone uno a rumorear y esa masa (el rumor) se agranda como globo aerotástico; no hay vuelta de hoja: rumorear ha alcanzado el estatus de misterio no develado. El asunto, ¡carajo!, es que uno no puede decir “de esa agua no beberé”.

(Parece que los días de vagabundo de Cirilo pronto tendrán fin: ha dado señales de vida, y según me hicieron saber, la Chica Azul hoy reiniciará su búsqueda.
Ahí se los dejo: un oftalmólogo anciano se quedó ciego: operar ojos le valió que los suyos quedaran inservibles.)

miércoles, 2 de abril de 2008

El viejo Tiluy

Conocí a Tiluy hace algunos años en un rancho de Jocotepec, en la ribera de Chapala. Tiluy en ese entonces ya era un viejo, un hombrecillo que siempre tenía un comentario para todo: no hablaba por masticar palabras; de sus intervenciones no recuerdo alguna que no fuera atinada. Lejos de lo que pudiera pensarse, no era un anciano sabelotodo y arrogante, con ese aire de suficiencia del que puede presumir su cúmulo de saberes; es más, Tiluy no había estudiado siquiera ni primer grado de primaria, pero se le podía preguntar de todo y nunca se quedaba callado.
Hace poco, el amigo con el que fui aquella vez a Joco, me mostró una fotografía reciente de Tiluy, un retrato que parece accionar el mecanismo de las vueltas del tiempo: Tiluy sigue siendo un viejo, con más años es obvio, ya sin mujer –se le murió en un día en el que él no podía ni levantarse de la cama–, con un cuerpo endeble, de sombrero todo el tiempo, pantalones de mezclilla; sin embargo, Tiluy parece haberse encaminado ya en ese último sendero del que no se regresa: su semblante está agotado, su rostro se ve ajado, sus ojos semejan un pozo profundo del que ya no es posible sacar más baldes de agua….

(Cirilo le ha hecho al mago –intento, como puede verse, tomarme el asunto con un humor que está lejos de hacerme reír–, no aparece por ningún lado.
Un amigo cercano publicó en la edición de esta semana de La Gaceta Universitaria, un texto bastante interesante sobre Tin Tán –páginas centrales de la sección de cultura–.
Ayer conversé con una vieja amiga: a la distancia de algunos años hoy es otra, como si la hubiesen reprogramado en su totalidad. Su rostro fresquea.)