El poder de los rumores es arrasador. Comienzan a veces en murmullos, y al final de su camino ya han adquirido la coraza de las convicciones; aunque la certeza comprobada no les venga ni les acomode y tampoco importa mucho su creador o seguir las pistas e investigar dónde y por qué se originó.
La gente practica el rumor como si se tratara de un deporte: hay quien se escuda tras ellos para construir una cotidianidad más o menos llevadera, o está el otro que hace del rumor su perorata diaria, o aquél que toma decisiones basado en supuestos, o el que se atreve a desafiar a cuanta cosa se le ponga enfrente atenido en datos infundados.
El ejercicio del rumor tiene asimismo algunos asegunes: lo que se rumora en ocasiones acaba siendo una sentencia irrefutable: “si el río suena es porque agua lleva”; el rumor con intención adquiere una dosis de infalibilidad y se propaga a velocidades no cuantificables; el depositario del rumor posee un extraño poder y hacerlo extensivo tiene que ver con su agenda del día, con pisar territorio conocido; los rumores, ¡faltaba más!, siempre sentencian o indultan, exaltan o sobajan, advierten o cuestionan, aprecian o desdeñan.
Esto de los rumores, por último, más de una vez ha sido objeto de largas discusiones y, al fin, se les descubre un doble filo: o se queda uno con el rumor y se le reduce al rincón de lo inservible, o se pone uno a rumorear y esa masa (el rumor) se agranda como globo aerotástico; no hay vuelta de hoja: rumorear ha alcanzado el estatus de misterio no develado. El asunto, ¡carajo!, es que uno no puede decir “de esa agua no beberé”.
(Parece que los días de vagabundo de Cirilo pronto tendrán fin: ha dado señales de vida, y según me hicieron saber, la Chica Azul hoy reiniciará su búsqueda.
Ahí se los dejo: un oftalmólogo anciano se quedó ciego: operar ojos le valió que los suyos quedaran inservibles.)
La gente practica el rumor como si se tratara de un deporte: hay quien se escuda tras ellos para construir una cotidianidad más o menos llevadera, o está el otro que hace del rumor su perorata diaria, o aquél que toma decisiones basado en supuestos, o el que se atreve a desafiar a cuanta cosa se le ponga enfrente atenido en datos infundados.
El ejercicio del rumor tiene asimismo algunos asegunes: lo que se rumora en ocasiones acaba siendo una sentencia irrefutable: “si el río suena es porque agua lleva”; el rumor con intención adquiere una dosis de infalibilidad y se propaga a velocidades no cuantificables; el depositario del rumor posee un extraño poder y hacerlo extensivo tiene que ver con su agenda del día, con pisar territorio conocido; los rumores, ¡faltaba más!, siempre sentencian o indultan, exaltan o sobajan, advierten o cuestionan, aprecian o desdeñan.
Esto de los rumores, por último, más de una vez ha sido objeto de largas discusiones y, al fin, se les descubre un doble filo: o se queda uno con el rumor y se le reduce al rincón de lo inservible, o se pone uno a rumorear y esa masa (el rumor) se agranda como globo aerotástico; no hay vuelta de hoja: rumorear ha alcanzado el estatus de misterio no develado. El asunto, ¡carajo!, es que uno no puede decir “de esa agua no beberé”.
(Parece que los días de vagabundo de Cirilo pronto tendrán fin: ha dado señales de vida, y según me hicieron saber, la Chica Azul hoy reiniciará su búsqueda.
Ahí se los dejo: un oftalmólogo anciano se quedó ciego: operar ojos le valió que los suyos quedaran inservibles.)
(Imagen: www.tiempobbdo.com)
1 comentario:
¡Cuenta, cuenta! El rumor es primo hermano del chisme y los dos tienen que ver con el loco afán de saber lo que no nos importa. Y tu expresión ¡Carajo! me dice que hay algo susceptible de ser contado, así que cuéntamelo todo, jajaja!!!
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