“La situación”. Teresa Mendoza aprendió a reconocer “la situación” cuando el Gato Fierros y Potemkin Gálvez le pusieron un arma en la sien mientras ella guardaba unas pocas ropas con la idea de huir de Sinaloa. Poco antes, sintiendo un miedo nunca antes conocido, las circunstancias y todo lo que la rodeaba le habían “avisado” que algo se aproximaba; no supo definir de qué se trataba sino hasta que los dos pistoleros irrumpieron en su departamento y la encañonaron. Fue atroz esa primera lección.
De “la situación” le había hablado el Güero Dávila, un narco de medio pelo, mucho tiempo atrás: “cuando me maten irán por ti, echa a correr y no pares” le había dicho. Y Teresa, la que fuera morrita del Güero, echó a correr, y corrió tanto que, a veces, pensaba en aquello como un sueño, como una pesadilla de la que había escapado; sin embargo, cuando de nuevo reconocía “la situación” le venían a la mente los rostros del Gato Fierros y Pote Gálvez: el primero, dispuesto a aprovecharse de ella y luego matarla y el segundo, sólo queriendo acabar el trabajo de una vez, “fue novia de uno de los nuestros, Gato, no lo hagas”. Eso le valió al Pote, a la vuelta del tiempo, salvar su vida y al Gato perderla, cuando Teresa era ya la Reina del Pacífico.
“La situación” se le presentaba una y otra vez a Teresa, y cada vez con más nitidez reconocía los avisos: frente a un escaparate en una ciudad española en el Mediterráneo, mirando accesorios como quien contempla algo con desgana, descubrió al Gato Fierros y a Pote Gálvez sin haberlos visto: mediando un extraño estremecimiento lo supo, y enseguida, tras mirarlos cruzando la calle, echó a correr, “y se dio cuenta que en realidad no había dejado de correr” desde aquella primera vez en Culiacán. Se trataba de una especie de carrera desenfrenada, en la que la vida se las ingeniaba para enrocar la realidad con las cuentas pendientes.
Teresa había dejado Culiacán en una huida que se había desatado en cuanto sonó su teléfono celular: mataron al Güero, escuchó; ahí supo que ya no sería bien vista, más aún, que muchos querían no verla más; sin embargo, también en su tierra natal dejó a una Teresa Mendoza que, ahora, como Reina de la Costa del Sol española, ya no reconocía, o le costaba reconocer. De la cambiadora en el centro culichi a La Mejicana, Teresa Mendoza no era la misma: “la situación”, a veces con menor fuerza, y otras con un vigor descomunal, le fue trepando poco a poco, resquicio a resquicio el cuerpo y el alma hasta volverla una mujer distinta.
(Teresa Mendoza es la protagonista de La Reina del Sur, novela de Arturo Pérez Reverte.)
“Nocturno mar amargo / que circula en estrechos corredores / de corales arterias y raíces / y venas y medusas capilares. / (…) Nocturno mar amargo / que humedece mi lengua con su lenta saliva, / que hace crecer mis uñas con la fuerza / de su marca oscura. / (…) Lo llevo en mí como un remordimiento, / pecado ajeno y sueño misterioso / y lo arrullo y lo duermo / y lo escondo y lo cuido y le guardo el secreto”
Xavier Villaurrutia, “Nocturno mar” en Nostalgia de la muerte
De “la situación” le había hablado el Güero Dávila, un narco de medio pelo, mucho tiempo atrás: “cuando me maten irán por ti, echa a correr y no pares” le había dicho. Y Teresa, la que fuera morrita del Güero, echó a correr, y corrió tanto que, a veces, pensaba en aquello como un sueño, como una pesadilla de la que había escapado; sin embargo, cuando de nuevo reconocía “la situación” le venían a la mente los rostros del Gato Fierros y Pote Gálvez: el primero, dispuesto a aprovecharse de ella y luego matarla y el segundo, sólo queriendo acabar el trabajo de una vez, “fue novia de uno de los nuestros, Gato, no lo hagas”. Eso le valió al Pote, a la vuelta del tiempo, salvar su vida y al Gato perderla, cuando Teresa era ya la Reina del Pacífico.
“La situación” se le presentaba una y otra vez a Teresa, y cada vez con más nitidez reconocía los avisos: frente a un escaparate en una ciudad española en el Mediterráneo, mirando accesorios como quien contempla algo con desgana, descubrió al Gato Fierros y a Pote Gálvez sin haberlos visto: mediando un extraño estremecimiento lo supo, y enseguida, tras mirarlos cruzando la calle, echó a correr, “y se dio cuenta que en realidad no había dejado de correr” desde aquella primera vez en Culiacán. Se trataba de una especie de carrera desenfrenada, en la que la vida se las ingeniaba para enrocar la realidad con las cuentas pendientes.
Teresa había dejado Culiacán en una huida que se había desatado en cuanto sonó su teléfono celular: mataron al Güero, escuchó; ahí supo que ya no sería bien vista, más aún, que muchos querían no verla más; sin embargo, también en su tierra natal dejó a una Teresa Mendoza que, ahora, como Reina de la Costa del Sol española, ya no reconocía, o le costaba reconocer. De la cambiadora en el centro culichi a La Mejicana, Teresa Mendoza no era la misma: “la situación”, a veces con menor fuerza, y otras con un vigor descomunal, le fue trepando poco a poco, resquicio a resquicio el cuerpo y el alma hasta volverla una mujer distinta.
(Teresa Mendoza es la protagonista de La Reina del Sur, novela de Arturo Pérez Reverte.)
“Nocturno mar amargo / que circula en estrechos corredores / de corales arterias y raíces / y venas y medusas capilares. / (…) Nocturno mar amargo / que humedece mi lengua con su lenta saliva, / que hace crecer mis uñas con la fuerza / de su marca oscura. / (…) Lo llevo en mí como un remordimiento, / pecado ajeno y sueño misterioso / y lo arrullo y lo duermo / y lo escondo y lo cuido y le guardo el secreto”
Xavier Villaurrutia, “Nocturno mar” en Nostalgia de la muerte
Imagen: http://www.taringa.net/