En Fahrenheit 451 se plantea la existencia de una sociedad que, para su supervivencia, debe destruir todo libro del que se tenga conocimiento. Para tal efecto se han conformado equipos de bomberos que, en lugar de sofocar incendios, los provocan en los lugares donde se tiene la evidencia de que hay libros. Hacia el final del texto, un bombero que deserta de las filas del orden –protagonista al fin de la novela–, encuentra, en su huida, a un grupo de personas que sobrevive en las afueras de la ciudad. Cada una de ellas ha memorizado un libro, ya destruido, con la intención de que no se pierda.
Ray Bradbury, autor esa novela que ya se le considera un clásico de la literatura del siglo XX, en vísperas de la celebración del Día Mundial del Libro, y a propósito de la versión gráfica que se ha hecho de ese texto y que saldrá próximamente a la venta, lanzó el siguiente buscapiés: “Me gustaría que todo aquel o aquella que lea (esto) se tome un tiempo para escoger el libro que más le gustaría memorizar y proteger de cualquier censor o
En un primer momento –y para efectos de este post– no podría escribir con certeza cuál libro elegiría para memorizar con el fin de que no se perdiera. He leído unos cuantos, de los cuales sobresalen algunos –quizá tantos dentro de esos pocos– que me cuesta decidir el título con el que me quedaría. Hay textos que han dejado una huella profunda e imborrable, ya sea por su contenido, por el momento en que cayeron en mis manos, por lo que de ellos saqué; aquí se incluyen aquellos que me conectaron con personas que han permanecido, de ese modo, vivas en mis adentros por mucho tiempo.
Un libro puede llegar a ser una parte viva, una extensión de nosotros mismos –de así desearlo. El debate sobre la permanencia o decadencia del libro queda zanjada si se le considera no un objeto utilitario, sino un agregado de aquél que lo hace suyo mediante la lectura, y más aún, a través de la reflexión o aprendizaje que esa lectura dejó. No es que –hablo por mí obviamente– se tome todo libro con la intención expedita de absorber, como esponja, lo que hay en él; eso es, podría decirse, la ganancia que deja el placer mismo de la lectura. Podría resolverse –diría alguien– optando por el libro favorito, pero éste puede convertirse en un libro de menor apego con el paso del tiempo y la llegada de otros títulos; sin embargo, siempre se recordará con emoción esa lectura. La cuestión permanece: ¿cuál libro elegiría?
“Y antes aún, / tanto como si no hubiese sido este día, / como si no hubiese sido yo, sino hace muchos años, / vi el amanecer, a solas, / surgiendo como si lo retuviera la vida, / como si su sangre fuera sólo recordar el mundo, / el susurro melodioso y oprimente de la ciudad. / Pero estoy aquí, / (….) bajo la lámpara encendida, a las dos de la madrugada, / oyendo la lluvia caer a ciegas desde el fondo de la noche.”
Carlos Montemayor, “Poemas de abril, 6” en Abril y otros poemas (1979)
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