Hoy me aventuro a decir que un ciego ve, a su manera, pero ve. Todos esos personajes que pueblan el Ensayo sobre la ceguera ven una ciudad, su ciudad, la que siempre ha estado ahí: la recorren, a tropezones, tanteando, aventurándose, guiados por los sonidos y su sentido previo del conocimiento del territorio; la construyen y la echan abajo tan sólo al imaginarla; todo ese ejército de ciegos ven a sus semejantes, los saben ahí, a su manera logran verlos.
El asunto de perder la vista, por donde se le quiera ver, es complejo, a más de desesperante y doloroso: resulta como aquella canción de Armando Rosas, “….y detrás de ti se produce un abismo, donde tú, tú ya no puedes regresar”. Perder la vista ha de ser algo semejante: la no vuelta atrás a considerar siquiera las posibilidades de recorrer y adentrarse hacia donde los ojos nos llevan. Se trata de una no vuelta atrás que implica no sólo irreversibilidad en sí, sino un desgajamiento en la percepción: con ceguera se vuelve necesario atarse un hilo de Ariadna invisible y anudarlo a la memoria, y así lo recorrido vendría a erigirse como un tercer ojo, una linterna siempre dispuesta y de alcances que irían más allá de una batería o fuente de luz.
Un oftalmólogo que, de tanto operar ojos, pierde la vista, merece no conmiseración ni un lastimero trato, sino de toneladas de solidaridad, cuyos gestos desemboquen en proveerle de un tercer ojo: la desesperanza de la ceguera sólo puede ser aliviada en función de dotar de otros órganos oculares a aquél que se ha quedado en la más llana oscuridad.
“Aún si digo sol y luna y estrella me refiero a cosas que me suceden”
Alejandra Pizarnik, “El corazón de lo que existe” en Los trabajos y las noches
(Corrijo: Cirilo no regresó por sus propias patas, sino que la Chica Azul lo encontró: “Encontré a Cirilo, yupi!”, fue su mensaje.
El viernes vi Párpados azules: una oda a la soledad, una oda a esa encarnizada lucha en que la única salida es salvarnos de nosotros mismos.
El asunto de perder la vista, por donde se le quiera ver, es complejo, a más de desesperante y doloroso: resulta como aquella canción de Armando Rosas, “….y detrás de ti se produce un abismo, donde tú, tú ya no puedes regresar”. Perder la vista ha de ser algo semejante: la no vuelta atrás a considerar siquiera las posibilidades de recorrer y adentrarse hacia donde los ojos nos llevan. Se trata de una no vuelta atrás que implica no sólo irreversibilidad en sí, sino un desgajamiento en la percepción: con ceguera se vuelve necesario atarse un hilo de Ariadna invisible y anudarlo a la memoria, y así lo recorrido vendría a erigirse como un tercer ojo, una linterna siempre dispuesta y de alcances que irían más allá de una batería o fuente de luz.
Un oftalmólogo que, de tanto operar ojos, pierde la vista, merece no conmiseración ni un lastimero trato, sino de toneladas de solidaridad, cuyos gestos desemboquen en proveerle de un tercer ojo: la desesperanza de la ceguera sólo puede ser aliviada en función de dotar de otros órganos oculares a aquél que se ha quedado en la más llana oscuridad.
“Aún si digo sol y luna y estrella me refiero a cosas que me suceden”
Alejandra Pizarnik, “El corazón de lo que existe” en Los trabajos y las noches
(Corrijo: Cirilo no regresó por sus propias patas, sino que la Chica Azul lo encontró: “Encontré a Cirilo, yupi!”, fue su mensaje.
El viernes vi Párpados azules: una oda a la soledad, una oda a esa encarnizada lucha en que la única salida es salvarnos de nosotros mismos.
Ahí se los dejo: una compañía de aviación colombiana le prohibió a un hombre volar solo. ¿Por la condición de ser ciego se pierde el derecho a vacacionar? ¿No ver cancela el goce, la posibilidad de un descanso merecido?)
(Imagen: www.apertura.cl/anteriores/enfoque_ceguera_in...)
2 comentarios:
Y tenemos el síndrome de Antón que, según Millás (porque no lo he verificado, es el nombre del padecimiento del ciego que no se da cuenta que es ciego y sigue haciendo su vida normal pero en una realidad alterna, la que él cree que está viendo y conoce pero que no ve. Al final se trata de carencias y la necesidad de cubrirlas, no?
O quizás también se trata de echar mano de lo único que queda para andar cuando se carece de la vista: la imaginación, una de cuyas virtudes es construir nuevos derroteros sobre los ya existentes.
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