Hace algunos días, un chompa –protagonista del fin de semana naco– decía que “ser naco se está volviendo moda”. Viajábamos en auto rumbo al sur del estado cuando soltó esta frase con tal categoría y un catálogo de ejemplos, que no nos quedó otra que asentir.
El asunto tiene varios tintes, y un sinnúmero de posibilidades por las cuales seguirle el rumbo; me limitaré a unas cuantas.
Según la Real Academia Española, naco, en México, procede quizá del totonaco y se traduce como indio –indígena–. Por otra parte, en Uruguay es un término coloquial cuya traducción obedece a “excremento sólido, especialmente el humano”.
El naco, por estos lares, se acomoda a la acepción que da la Real Academia, sólo que el pastel lleva encima una cereza: el término se aplica con sumo desdén y un caudal de discriminación, con una intención peyorativa y de denostamiento –hacer menos–. Aquél que se hace acreedor a tal encasillamiento, se le considera de clase baja, de mal gusto, con afición musical populachera y, en algunos casos, hasta iletrado.
Algo de lo que decía mi chompa es que eventos de variada índole a los que por lo común sólo acudía cierto sector de la población, ahora son frecuentados por: pepones, fresas, los llamados eclécticos, estudiantes de humanidades –sobre todo letras y de abogacía–, algunos miembros de bandas del movimiento oscuro, entre otros tantos especimenes. En tales eventos, dicho sea de paso, figuran las funciones de lucha libre, salones musicales donde sólo se baila género de banda, danzón, salsa, incluso tango; o salas de cine donde por tradición se proyectan filmes del todo comerciales o tianguis concurridos sólo por gente de bajos recursos que sobreviven en colonias perdidas.
La invasión, agregaba él, se agudiza cada día más, y la promoción para asistir a estos lugares ha alcanzado niveles nunca calculados, tal vez ni imaginados. En este paraíso recién inaugurado, para los nuevos –pepones, eclécticos, etc. – en estas lides pasearse entre los que no son iguales equivale a ser otro: la máscara está dada por un intento de desarraigo que nunca llega a ser tal. Más allá, hay aquí también un intento de apropiarse un humor, ideas y palabras que nada tienen que ver con lo hasta entonces conocido, vivido o dicho.
(En la Ciudad de México, a tono con esta moda del ser naco, rifan en la radio estas dos rolas: “La cumbia del culero” y “La cumbia del oso polar”.
El domingo, en la grama del Jalisco, sucedió, como dice Eduardo Galeano, el buen futbol: “Ganamos, perdimos, igual nos divertimos”. Sí, ganamos; sí, nos divertimos; y sí, saboreamos, además de la victoria rojiblanca, la larga agonía de fracasos del rival.
El lunes vi a Bebesito: gritó y se rió con un largo gesto mientras tocaba el cláxon del Lupito.)
(Imagen: hazmeelchingadofavor.com.
Este post estaba pensado para subirlo ayer, así que el correspondiente a este día se publicará más tarde)
El asunto tiene varios tintes, y un sinnúmero de posibilidades por las cuales seguirle el rumbo; me limitaré a unas cuantas.
Según la Real Academia Española, naco, en México, procede quizá del totonaco y se traduce como indio –indígena–. Por otra parte, en Uruguay es un término coloquial cuya traducción obedece a “excremento sólido, especialmente el humano”.
El naco, por estos lares, se acomoda a la acepción que da la Real Academia, sólo que el pastel lleva encima una cereza: el término se aplica con sumo desdén y un caudal de discriminación, con una intención peyorativa y de denostamiento –hacer menos–. Aquél que se hace acreedor a tal encasillamiento, se le considera de clase baja, de mal gusto, con afición musical populachera y, en algunos casos, hasta iletrado.
Algo de lo que decía mi chompa es que eventos de variada índole a los que por lo común sólo acudía cierto sector de la población, ahora son frecuentados por: pepones, fresas, los llamados eclécticos, estudiantes de humanidades –sobre todo letras y de abogacía–, algunos miembros de bandas del movimiento oscuro, entre otros tantos especimenes. En tales eventos, dicho sea de paso, figuran las funciones de lucha libre, salones musicales donde sólo se baila género de banda, danzón, salsa, incluso tango; o salas de cine donde por tradición se proyectan filmes del todo comerciales o tianguis concurridos sólo por gente de bajos recursos que sobreviven en colonias perdidas.
La invasión, agregaba él, se agudiza cada día más, y la promoción para asistir a estos lugares ha alcanzado niveles nunca calculados, tal vez ni imaginados. En este paraíso recién inaugurado, para los nuevos –pepones, eclécticos, etc. – en estas lides pasearse entre los que no son iguales equivale a ser otro: la máscara está dada por un intento de desarraigo que nunca llega a ser tal. Más allá, hay aquí también un intento de apropiarse un humor, ideas y palabras que nada tienen que ver con lo hasta entonces conocido, vivido o dicho.
(En la Ciudad de México, a tono con esta moda del ser naco, rifan en la radio estas dos rolas: “La cumbia del culero” y “La cumbia del oso polar”.
El domingo, en la grama del Jalisco, sucedió, como dice Eduardo Galeano, el buen futbol: “Ganamos, perdimos, igual nos divertimos”. Sí, ganamos; sí, nos divertimos; y sí, saboreamos, además de la victoria rojiblanca, la larga agonía de fracasos del rival.
El lunes vi a Bebesito: gritó y se rió con un largo gesto mientras tocaba el cláxon del Lupito.)
(Imagen: hazmeelchingadofavor.com.
Este post estaba pensado para subirlo ayer, así que el correspondiente a este día se publicará más tarde)
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