“El futbol es sufrimiento, pero bien vale la pena…” decía en un reportaje antier por la noche un comentarista televisivo. Las imágenes, entre otras, que acompañaron tal declaración incluían: los rostros, desencajados y llorosos, dolientes y trabados, de aficionados y jugadores de Veracruz, equipo recién descendido a la segunda división (que aquí, por una cuestión engañosa y obedeciendo un triste formulismo, se han empeñado en llamar primera división “a”).
El futbol es capaz de acrisolar, entre sus adeptos es obvio, un sinnúmero de manifestaciones, estados de ánimo y actitudes que resulta difícil que alguien ponga en duda su poder de aniquilamiento: el aficionado ya no depende de sí mismo, le ha entregado su alma al diablo, que lo ha seducido al presentársele en forma esférica.
Juan Villoro, por su parte, propone en Dios es redondo que el futbol es más que un ejercicio lúdico: no obstante que se trata de la actuación de 22 de pantalón corto sobre el césped que (¿para qué negarlo?) arrastra multitudes, se habla asimismo de la práctica de un juego cuyo escenario puede desbordar la vida, porque las pasiones desde hace mucho han sido rebasadas.
Sin embargo, hay quien dice que el futbol es un concierto (¿des-concierto?) desarticulado de patadas y sudor a chorros (¿tanto, para anidar una pelota en un recuadro blanco?): la armonía viene dada, objeta Villoro –y yo con él–, por aquel ritmo con el que la red recibe un balón que ha rebasado la línea de meta y un eco venido de las gradas se prolonga hasta el infinito, con precisión infinitesimal.
Anoto una última consideración mía resultante de lo que propone Galeano: El hincha –el aficionado, por utilizar el término que usa el uruguayo– es el receptáculo último, pero no por eso de menor valía, de un deporte que en su ejercicio da cabida a la magia y a deslumbrantes actos de pretidigitación, tras de los cuales un sombrero recorre las gradas en busca de un aplauso, un grito descollante o una multitud de rostros enfebrecidos e iluminados.
“Realmente me irrita este ruido, este partido que vuelve a colarse en mi vida cuando mi único proyecto era pagar los impuestos y envejecer con dignidad. Es decir, un proyecto de intelectual olímpico, goethiano. Y a medida que voy escribiendo renace en mí la bestia de grada, el militante rojiblanco, el seguidor de aquella entidad que era más que un club antes de convertirse en una empresa que vende sobrecitos proteínicos y curativos y aguas milagrosas”
Manuel Vázquez Montalbán, citado por Villoro en Dios es redondo
(las cursivas fueron introducidas por mí, con total desfachatez y atrevimiento)
(Ayer, de nueva cuenta y para sorpresa de muchos, entre los que me incluyo, cayó una llovizna: la prisa por llegar a casa desapareció de pronto.
El sábado vi a algunos de Los Solos: parece que hay buen viento para que el proyecto de la locura llegue a buen puerto.
Ahí se los dejo: El sujeto austriaco, llamado por los medios como el "monstruo de Amstetten", que llevó en secreto una fiesta horrorosamente desquiciada por más de 24 años con su hija, me hizo recordar a Gabriel Lima, el protagonista de El castillo de la pureza de Ripstein que, vale anotarlo, se basó en algunos hechos reales ¿Será esto cíclico?)
Imagen: www.argentina.blogalaxia.com
El futbol es capaz de acrisolar, entre sus adeptos es obvio, un sinnúmero de manifestaciones, estados de ánimo y actitudes que resulta difícil que alguien ponga en duda su poder de aniquilamiento: el aficionado ya no depende de sí mismo, le ha entregado su alma al diablo, que lo ha seducido al presentársele en forma esférica.
Juan Villoro, por su parte, propone en Dios es redondo que el futbol es más que un ejercicio lúdico: no obstante que se trata de la actuación de 22 de pantalón corto sobre el césped que (¿para qué negarlo?) arrastra multitudes, se habla asimismo de la práctica de un juego cuyo escenario puede desbordar la vida, porque las pasiones desde hace mucho han sido rebasadas.
Sin embargo, hay quien dice que el futbol es un concierto (¿des-concierto?) desarticulado de patadas y sudor a chorros (¿tanto, para anidar una pelota en un recuadro blanco?): la armonía viene dada, objeta Villoro –y yo con él–, por aquel ritmo con el que la red recibe un balón que ha rebasado la línea de meta y un eco venido de las gradas se prolonga hasta el infinito, con precisión infinitesimal.
Anoto una última consideración mía resultante de lo que propone Galeano: El hincha –el aficionado, por utilizar el término que usa el uruguayo– es el receptáculo último, pero no por eso de menor valía, de un deporte que en su ejercicio da cabida a la magia y a deslumbrantes actos de pretidigitación, tras de los cuales un sombrero recorre las gradas en busca de un aplauso, un grito descollante o una multitud de rostros enfebrecidos e iluminados.
“Realmente me irrita este ruido, este partido que vuelve a colarse en mi vida cuando mi único proyecto era pagar los impuestos y envejecer con dignidad. Es decir, un proyecto de intelectual olímpico, goethiano. Y a medida que voy escribiendo renace en mí la bestia de grada, el militante rojiblanco, el seguidor de aquella entidad que era más que un club antes de convertirse en una empresa que vende sobrecitos proteínicos y curativos y aguas milagrosas”
Manuel Vázquez Montalbán, citado por Villoro en Dios es redondo
(las cursivas fueron introducidas por mí, con total desfachatez y atrevimiento)
(Ayer, de nueva cuenta y para sorpresa de muchos, entre los que me incluyo, cayó una llovizna: la prisa por llegar a casa desapareció de pronto.
El sábado vi a algunos de Los Solos: parece que hay buen viento para que el proyecto de la locura llegue a buen puerto.
Ahí se los dejo: El sujeto austriaco, llamado por los medios como el "monstruo de Amstetten", que llevó en secreto una fiesta horrorosamente desquiciada por más de 24 años con su hija, me hizo recordar a Gabriel Lima, el protagonista de El castillo de la pureza de Ripstein que, vale anotarlo, se basó en algunos hechos reales ¿Será esto cíclico?)
Imagen: www.argentina.blogalaxia.com
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