viernes, 13 de agosto de 2010

La luna, riéndose


La luna en el balcón, riéndose de mí. Un hombre en una ciudad latinoamericana solicita una visa para viajar a Estados Unidos. Tiene un hijo en aquellas tierras, a quien tiene pensado visitar. En la Embajada, tras cumplir con los requisitos estipulados y pago previo de la forma, y después de que el cónsul le ha dejado entrever que posiblemente su trámite tenga éxito, sale del edificio y celebra con algunos amigos. “¿Festejando antes de tener el documento en la mano? Eso no es buena señal”, le dice uno de ellos. Días después, acude por su visa; se la niegan. Ahí comienza la verdadera odisea, no antes. El cielo se le viene encima a pedazos.
La luna en el balcón, riéndose de mí. Seis o siete pintores viven y trabajan en una casona. Se trata de estudiantes de pintura, que sus tardes las transcurren entre el estudio compartido y la caguama que va de mano en mano. El churro también humea en aquellos cuartos descascarados, malolientes, sucios, cuya única decoración la pueblan dos o tres muebles desvencijados. Hay en ellos ese gesto del “buen salvaje” que se anima a vociferar y descalificar todo aquello que no pase por el matraz de sus gustos. La pintura es así, personal, inequívoca. Un carnaval de miradas.
La luna en el balcón, riéndose de mí. Remigio fue aleccionado, durante meses, para que le diera muerte al cacique de aquellas tierras olvidadas de la justicia y de las que “la mano de Dios está re lejos.” La secta que lo reclutó le fue envenenando la mirada con la intención de que el rostro de Sotero, el cacique, se le apareciera siempre como un criminal al que nadie se atrevería a señalar con el dedo por sus tropelías, mucho menos a aprehender. Él, por ende, encarnaba el brazo justiciero. Remigio se abrió paso entre la multitud, durante las fiestas del pueblo, y le sorrajó unos cuantos balazos. Sotero murió al instante. El pueblo, extrañamente, en lugar de ver bien a Remigio, estuvo a punto de lincharlo. El dictador goza oscuramente de una aprobación generalizada. Y Remigio no pasó a la historia.
La luna en el balcón, riéndose de mí. El día fue uno de ésos que uno desearía no haber vivido. Desastre. Pesar. Ocurridas las cosas se desearía volver el rostro y descubrir un reloj que se haya detenido, un reloj de pared cuyas manecillas, atoradas, hubieran dejado de señalar el tiempo que avanza, que inexorablemente se desboca a cumplirse hora tras hora, como si en ello le fuera la vida. Cuando se contempla el horizonte, ya oscurecido, entonces se cae en la cuenta de que la luna, oculta a ratos, asomándose a intervalos, en el fondo de su blancura, se ríe, se ríe de quien la mira.
(“La luna en el balcón, riéndose de mí.” Frase de la canción “Riéndose de mí” contenida en el disco Radar de Jorge Drexler.
El hombre de la visa es el personaje principal del filme American visa, del realizador boliviano Juan Carlos Valdivia.
Los pintores que viven y trabajan en una casona pernoctan en una ciudad mexicana.
Remigio y Sotero encarnan el cuento “El cielo de Sotero” de Alejandro Rossi, contenido en el libro Fábula de las regiones.)

“Yo tenía un hermano mayor; / era siempre cinco años más amable y más sereno; / quería un escritorio y un caballo / y una manera nueva de contar los sueños / y una mina de azúcar, de seguro. / Le gustaba leer y razonaba; / a veces era tierno con las cosas / pero yo nunca vi que fuera un niño. / (…) Yo tenía un hermano mayor / de pie sobre la luz; / me daban miedo las calles en la noche / y el corredor oscuro de la casa, / me daba miedo estar a solas con mi abuela, / pero tenía un hermano mayor / sobre la luz cantando.”
Alejandro Aura, “Mi hermano mayor” en Cinco veces, la flor (1967)

Imagen: foros.riverplate.com

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