martes, 17 de agosto de 2010

Umay


Umay. Los excesos, dicen, nunca son del todo buenos. La medicina la receta el refrán: “de lo bueno, poco”; incluso, algunos se recargan en ese eslogan publicitario de “nada con exceso, todo con medida.” Umay le rehúye a los excesos de una cultura de la que, por más que quiera, no puede escapar: a ese mundo pertenece. Lo piensa. Lo intenta. Y a punto de lograrlo, ella misma –la sangre y la querencia– vuelve sobre sus pasos. “Cuando es lo único que conoces, cuando es lo único que te enseñaron, no verás nunca más allá.” Como si de la condena del eterno retorno se tratara.
Umay y Cem. Harta del maltrato y una vida desabrida Umay decide reemprender el vuelo que ella misma interrumpió años atrás. Se eleva y se confunde, en su partida, con la bandada de aves que atraviesan esa ciudad que no es más que un amasijo gris. Pero no lo hace sola, Cem va de su mano. Se despide, curiosamente, de lo mismo que la traerá de regreso: el miedo y el ahondamiento de una soledad cuyo precio está a punto de pagar. Se trata de un costo tan alto que ni siquiera imaginó lo que le deparaba ese jodido temor a abrir los ojos. Umay está ante su propia desesperación, como si buscara recluirse en un escondrijo. Del que, más adelante, va a querer asomar la cabeza y partir, eso sí, en un acto bien calibrado, doloroso.
Umay y la oportunidad. Si hay ocasiones propicias para dar algunos pasos sin mirar atrás, la que tuvo Umay fue incuestionable: pero ella, antes de darlo, se acordó de sus raíces y bajó a la tierra, se adentró en ella para después, ahora sí, emigrar: en ese pequeño retroceso encontró un destino incierto, inesperado, trágico, demente: sus dos hermanos, uno por el frente y el otro por la espalda la acorralan en la acera: uno, pistola en mano y el otro, blandiendo una navaja. Umay saldrá bien librada, no así Cem, su pequeño hijo: el único corazón que le late.
Umay y la partida de Cem. La dura orfandad. El abismo con sus fauces abiertas. La calle como símbolo de una ciudad grisácea que ha perdido todo sentido. La soledad de llevar un niño en brazos, en vilo, como si cargara un muñeco de trapo, que no respira, que no mueve un solo músculo, cuya última palabra, mirando a Umay a los ojos, entrecortada, lastimosa, con un auxilio evidente y destemplado, fue: “¿Mamá?” Umay camina, ya no mira atrás, pero adelante, curiosamente, ya no hay nada –nada que le importe, por lo menos.
(Umay –actriz Sibel Kekilli– es el personaje principal de La extraña –2010–, de la cineasta alemana Feo Adalag.)

“Hago como que no me acuerdo / para no estar triste. / Pero la mano me sigue siendo piedra y flor / y sigo siendo alegre y tonto / con un gallo de viento en la cabeza. / (…) Te iluminaste, / poeta, nardo, carcacha, / te iluminaste con las palabras puestas en el lugar en donde nacen las palabras; / te pusiste a inventarlas y acertaste / y así se fue desparramando el mundo por la tierra. / No tiene más anécdota esta historia, / es una pura manera de cantar. / Jueves y viernes, / para siempre, / se habrán de encargar de tu memoria.”
Alejandro Aura, “Ronda por tres caminos para un amigo viejo” en Cinco veces, la flor (1967)

Imagen: www.homocinefilus.com

2 comentarios:

Minerva Delgadillo dijo...

¡Uy! Si la tienes, tengo que ir a tu tierra para verla :)

Celestino García Madero dijo...

Gato, lamentablemente no la tengo. La vi la semana pasada en el Cineforo de la UdeG por la Semana de Cine Alemán. Pero en cuanto la consiga te aviso.