En Luces al atardecer Kaurismäki propone un estado insomne permanente en quien ha perdido toda motivación en la vida. El protagonista ve transcurrir sus horas como quien contempla las vueltas de los caballitos mecánicos en la feria. Cuando va, mudo y endeble, de un ensimismamiento a otro sus únicos movimientos acaban en el encendido de un cigarillo: aquella luminosidad en su boca le impregna a su rostro un aire todavía más desolado.
Cuando la atmósfera que sosega los actos cotidianos es de un matiz sórdido, ya no hay lugar posible al que acudir para desmantelar aquel aparato de presión y desamparo: se vislumbra entonces un horizonte de nubarrones, y las fuerzas, tan menguadas ya, no alcanzan siquiera para abrir los ojos que se han cerrado a fuerza de sucesivas e ineludibles decepciones.
Ese hombre que es despreciado por sus compañeros de trabajo –nunca queda del todo claro el por qué- ve cómo todas las puertas de que se dispone en el círculo más próximo –amistades, vecinos, compañeros, familiares- se van cerrando sin posibilidad de dar vuelta al cerrojo: tal como si un animal fuera cercado para sacrificarlo, este hombre siente el filo de las navajas que le llegan por un lado y otro. Y los rostros de quienes hienden esas armas en su dolido cuerpo se le esfuman, apenas lo contempla un segundo y ya se deforman, y no es posible reconstruirlos. Sólo una mujer que le profesa una querencia imposible de clasificar, pero a la que él no le concede la más mínima mirada, se le acerca en todo momento de desaliento.
Luces al atardecer es un ejercicio en el que Kaurismäki se deja llevar, a ratos con una venda en los ojos y en otros con un paso atrabancado y los ojos casi saltados de tan abiertos, por todos los laberintos que en un momento propone la desventura y la fatalidad: el protagonista del filme, de escasas palabras, parece dar vida a aquella frase que Fuentes anotó en La región más transparente: “aquí nos tocó vivir” (y no hay nada qué hacer).
“Con la tarde / se cansaron los dos o tres colores del patio… / El patio es el declive / por el cual se derrama el cielo en la casa”
Jorge Luis Borges, “Un patio” en Fervor de Buenos Aires
(Anoche, en Casa Cortázar, fue presentado el libro de poemas Dríades, de María Cristina Preciado. “Hoy quiero celebrar con ustedes que están aquí, eso es lo más importante”, dijo la autora con emoción y con esa voz endeble que le caracteriza. Muchos rostros conocidos en el lugar.
Ahí se los dejo: el japonés Tsutomu Miyazaki, conocido como el “Monstruo de Saitama”, fue ejecutado el pasado martes –en la horca- en Japón por secuestrar, mutilar y asesinar a cuatro niñas de 4 a 7 años entre 1988 y 1989. Miyazaki fue detenido en julio de 1989; antes, en febrero de ese año, llegó a enviar a la familia de una de las menores una carta en la que les avisaba de su asesinato, y poco después les envió los restos de la pequeña.)
Imagen: www.arteamundo.com
Cuando la atmósfera que sosega los actos cotidianos es de un matiz sórdido, ya no hay lugar posible al que acudir para desmantelar aquel aparato de presión y desamparo: se vislumbra entonces un horizonte de nubarrones, y las fuerzas, tan menguadas ya, no alcanzan siquiera para abrir los ojos que se han cerrado a fuerza de sucesivas e ineludibles decepciones.
Ese hombre que es despreciado por sus compañeros de trabajo –nunca queda del todo claro el por qué- ve cómo todas las puertas de que se dispone en el círculo más próximo –amistades, vecinos, compañeros, familiares- se van cerrando sin posibilidad de dar vuelta al cerrojo: tal como si un animal fuera cercado para sacrificarlo, este hombre siente el filo de las navajas que le llegan por un lado y otro. Y los rostros de quienes hienden esas armas en su dolido cuerpo se le esfuman, apenas lo contempla un segundo y ya se deforman, y no es posible reconstruirlos. Sólo una mujer que le profesa una querencia imposible de clasificar, pero a la que él no le concede la más mínima mirada, se le acerca en todo momento de desaliento.
Luces al atardecer es un ejercicio en el que Kaurismäki se deja llevar, a ratos con una venda en los ojos y en otros con un paso atrabancado y los ojos casi saltados de tan abiertos, por todos los laberintos que en un momento propone la desventura y la fatalidad: el protagonista del filme, de escasas palabras, parece dar vida a aquella frase que Fuentes anotó en La región más transparente: “aquí nos tocó vivir” (y no hay nada qué hacer).
“Con la tarde / se cansaron los dos o tres colores del patio… / El patio es el declive / por el cual se derrama el cielo en la casa”
Jorge Luis Borges, “Un patio” en Fervor de Buenos Aires
(Anoche, en Casa Cortázar, fue presentado el libro de poemas Dríades, de María Cristina Preciado. “Hoy quiero celebrar con ustedes que están aquí, eso es lo más importante”, dijo la autora con emoción y con esa voz endeble que le caracteriza. Muchos rostros conocidos en el lugar.
Ahí se los dejo: el japonés Tsutomu Miyazaki, conocido como el “Monstruo de Saitama”, fue ejecutado el pasado martes –en la horca- en Japón por secuestrar, mutilar y asesinar a cuatro niñas de 4 a 7 años entre 1988 y 1989. Miyazaki fue detenido en julio de 1989; antes, en febrero de ese año, llegó a enviar a la familia de una de las menores una carta en la que les avisaba de su asesinato, y poco después les envió los restos de la pequeña.)
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