En estos últimos cuatro días la ciudad se ha visto asaltada por lloviznas, lluvias y tormentas: el agua, con un caudal al que hay que temerle a veces, se abrió paso para hacerse de un lugar entre miles de brotes de calor que tenían tomadas las calles: el agua llegó para quedarse, sin duda.
La lluvia siempre hay que celebrarla. No obstante que, por los desórdenes y deficiencias propias de la ciudad, cuyo trazado de calles, avenidas y construcciones en general, es en suma deficiente, cada que se avecine una lluvia ronde un ligero temor de inundación, que después, según la cantidad de agua caída, va tomando forma hasta convertirse en un alud de zozobra e incomprensión.
Más allá de este panorama líquido y de telones grises a toda hora, en los días de lluvia sobrevienen al mismo tiempo, otros pesares: entre la sensación de, cuando el agua se desata, querer acurrucarse junto a la ventana con taza de café en mano y conversar animadamente con alguien, y las inconveniencias prácticas de atravesar calles inundadas, llegar literalmente empapado a todo lugar y preservar de ese cielo en avalancha la ropa del tendedero, hay un punto medio que es salvaguardado apenas por una línea casi ínfima: no media quizás más de un gesto entre un extremo y otro, cuya posición depende del estado de ánimo más que de otra cosa.
El Pecas, por ejemplo, hace días decía: “ya van a llegar las lluvias, un tiempo que me cae mal”. Yo pensé, mas no se lo dije, “el temporal de lluvias es un buen tiempo”. Como casi en todo, el asunto depende desde dónde se mire: la incompatibilidad de las aguas con el Pecas viene, la mayor parte, del lugar donde vive: si llueve antes o durante su regreso a casa es seguro que se mojará hasta las rodillas por lo menos, debido a que tiene que atravesar una amplia calle a donde convergen las aguas de dos colonias.
Si pensamos, por otro lado, en las bondades de la lluvia, habría que anotar, en primera instancia, el clima en el que viene, es decir, antes de que llueva es casi seguro que soplará un viento ligero y fresco, que al sentirlo es como si se rozara la mejilla con la piel del durazno. Los días nublados son propicios, además, para desarropar las querencias y dejarlas sueltas por la casa, para que vayan de una pieza a otra hasta que se detengan, agotadas. Cuando afuera llueve, en el interior de las casas se inicia otro espectáculo: aquél que supone la contemplación del exterior al tiempo que se evocan no sólo recuerdos, sino sucesos de reciente aparición.
La lluvia es una feria popular, una feria que, a veces dando voces y otras en silencio, se planta en cualquier ciudad de un día para otro y despliega un sinfín de lances, maniobras y maromas: hay quien prefiere caminar bajo aquella agua y hay quienes se contentan con mirarla tratando de aprisionarla en un puño que después, en el silencio, abrirá para prolongar ese tumulto de ojos luminosos….
“Frescor de los vidrios al apoyar la frente en la ventana. / Luces trasnochadas que al apagarse nos dejan todavía más solos”
Oliverio Girondo, “Nocturno” en Veinte poemas para ser leídos en el tranvía
(Ayer pude ver, después de mucho tiempo, cómo la noche poco a poco se va distendiendo.
Bebesito ha crecido: al verme anoche corrió para que lo abrazara; se ha enflaquecido, quizás se deba a que ha aumentado su estatura.
Ahí se los dejo: nuestro país, según la Organización Mundial de la Salud, ocupa el segundo lugar en el mundo en obesidad, sólo después de Estados Unidos. ¿Qué estamos comiendo? ¿En qué cantidad?)
Imagen:el-ocio.com
La lluvia siempre hay que celebrarla. No obstante que, por los desórdenes y deficiencias propias de la ciudad, cuyo trazado de calles, avenidas y construcciones en general, es en suma deficiente, cada que se avecine una lluvia ronde un ligero temor de inundación, que después, según la cantidad de agua caída, va tomando forma hasta convertirse en un alud de zozobra e incomprensión.
Más allá de este panorama líquido y de telones grises a toda hora, en los días de lluvia sobrevienen al mismo tiempo, otros pesares: entre la sensación de, cuando el agua se desata, querer acurrucarse junto a la ventana con taza de café en mano y conversar animadamente con alguien, y las inconveniencias prácticas de atravesar calles inundadas, llegar literalmente empapado a todo lugar y preservar de ese cielo en avalancha la ropa del tendedero, hay un punto medio que es salvaguardado apenas por una línea casi ínfima: no media quizás más de un gesto entre un extremo y otro, cuya posición depende del estado de ánimo más que de otra cosa.
El Pecas, por ejemplo, hace días decía: “ya van a llegar las lluvias, un tiempo que me cae mal”. Yo pensé, mas no se lo dije, “el temporal de lluvias es un buen tiempo”. Como casi en todo, el asunto depende desde dónde se mire: la incompatibilidad de las aguas con el Pecas viene, la mayor parte, del lugar donde vive: si llueve antes o durante su regreso a casa es seguro que se mojará hasta las rodillas por lo menos, debido a que tiene que atravesar una amplia calle a donde convergen las aguas de dos colonias.
Si pensamos, por otro lado, en las bondades de la lluvia, habría que anotar, en primera instancia, el clima en el que viene, es decir, antes de que llueva es casi seguro que soplará un viento ligero y fresco, que al sentirlo es como si se rozara la mejilla con la piel del durazno. Los días nublados son propicios, además, para desarropar las querencias y dejarlas sueltas por la casa, para que vayan de una pieza a otra hasta que se detengan, agotadas. Cuando afuera llueve, en el interior de las casas se inicia otro espectáculo: aquél que supone la contemplación del exterior al tiempo que se evocan no sólo recuerdos, sino sucesos de reciente aparición.
La lluvia es una feria popular, una feria que, a veces dando voces y otras en silencio, se planta en cualquier ciudad de un día para otro y despliega un sinfín de lances, maniobras y maromas: hay quien prefiere caminar bajo aquella agua y hay quienes se contentan con mirarla tratando de aprisionarla en un puño que después, en el silencio, abrirá para prolongar ese tumulto de ojos luminosos….
“Frescor de los vidrios al apoyar la frente en la ventana. / Luces trasnochadas que al apagarse nos dejan todavía más solos”
Oliverio Girondo, “Nocturno” en Veinte poemas para ser leídos en el tranvía
(Ayer pude ver, después de mucho tiempo, cómo la noche poco a poco se va distendiendo.
Bebesito ha crecido: al verme anoche corrió para que lo abrazara; se ha enflaquecido, quizás se deba a que ha aumentado su estatura.
Ahí se los dejo: nuestro país, según la Organización Mundial de la Salud, ocupa el segundo lugar en el mundo en obesidad, sólo después de Estados Unidos. ¿Qué estamos comiendo? ¿En qué cantidad?)
Imagen:el-ocio.com
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