Un acto de lo más corriente como viajar en taxi, puede llegar a convertirse en una escenificación o rememoración de historias tan banales como sorprendentes, tan verosímiles como disparatadas, tan ilusorias como terroríficas. Esta parodia urbana puede alcanzar tintes desconcertantes si el traslado tiene lugar por colonias o calles cuya fisonomía conduce irremediablemente a la congoja. Y de esas vías acartonadas, en nuestra ciudad, hay unas cuantas.
A muchos viajantes les ha sucedido, por ejemplo, que tras bajarse de un auto amarillo de ésos se han percatado –llevándose las manos a la cabeza- de que olvidaron algún paquete: una caja de zapatos, un puñado de explosivos e incluso un hatajo de revistas pornográficas. Y se preguntan angustiados a qué manos irán a parar. ¿Quién será el afortunado que encontrará esos tesoros que no fueron enterrados en una isla sino en el asiento trasero de un auto de los que hay miles en esta ciudad?
No han sido pocos, asimismo, los que han acabado sin un quinto tras un viaje de pocas cuadras: apenas le indicaron al chofer a dónde querían ser conducidos, éste, navaja oxidada en mano o blandiendo un bat de aluminio, les espetó con una actitud campechana en el rostro “este un asalto, caíte con lo que traigas… también con el reloj… y la pulsera…”. Lo irónico es que algunos taxistas asaltan sin violencia ni artefactos de por medio: un viaje de 10 minutos es cobrado como si se tratara de valuar “las perlas de la virgen”.
Por otra parte, un taxi bien puede pasar como una máquina del tiempo, no obstante su aspecto común y desangelada tapicería. Trepados en esa nave suelen acontecer hechos que rayan en lo insólito, por no decir descabellado: se supo hace tiempo de un hombre que recién se había ganado la lotería, quiso pagar al taxista una dejada de 35 pesos con un billete de a mil: el clásico sujeto que dilapida antes de tener, que canta aún antes de afinar. El conductor, cigarrillo en la boca y ojos petrificados, se volvió y le sorrajó un puñetazo que le abrió la cabeza. Al taxista le había dolido aquella burla de la que no era merecedor; pero lo que más le dolió fue que el cráneo del tipo estrelló el cristal trasero de su carro. Al menos, eso fue lo que resaltaron los periódicos.
Ser conductor de taxi supone estar más cerca que ninguno de un sinnúmero de historias y personajes por demás distintos, excéntricos, ojerosos, arrogantes, parlanchines, jalisquillos, culturosos, imberbes, aguardentosos, disfuncionales, trabajadores, estudiosos, insufribles, cómicos, inveterados, despatarrados, etcétera. Y supone, también, cuando se lleva pasaje, la irremediable sensación de estar conduciendo un destino que no es el suyo.
“Hoy debiera contar hasta cien y luego soñar. Hoy debiera volver del océano y ser bienvenido”
Silvio Rodríguez, “Mariko-San”
(La Chica Azul se ha comprado una bicicleta: está empeñada en pedalear todas las mañanas a su lugar de trabajo. Bon vouyage.
El jueves pasado murió en Caracas el poeta venezolano Eugenio Montejo: un poeta menos en el mundo.
Ahí se los dejo: las autoridades recomiendan no salir a las calles entre la noche del sábado y la madrugada del domingo: una tromba azotará nuestra ciudad. A resguardarse tras puertas y ventanas se ha dicho.)
Imagen: www.travelcancun.com.mx
A muchos viajantes les ha sucedido, por ejemplo, que tras bajarse de un auto amarillo de ésos se han percatado –llevándose las manos a la cabeza- de que olvidaron algún paquete: una caja de zapatos, un puñado de explosivos e incluso un hatajo de revistas pornográficas. Y se preguntan angustiados a qué manos irán a parar. ¿Quién será el afortunado que encontrará esos tesoros que no fueron enterrados en una isla sino en el asiento trasero de un auto de los que hay miles en esta ciudad?
No han sido pocos, asimismo, los que han acabado sin un quinto tras un viaje de pocas cuadras: apenas le indicaron al chofer a dónde querían ser conducidos, éste, navaja oxidada en mano o blandiendo un bat de aluminio, les espetó con una actitud campechana en el rostro “este un asalto, caíte con lo que traigas… también con el reloj… y la pulsera…”. Lo irónico es que algunos taxistas asaltan sin violencia ni artefactos de por medio: un viaje de 10 minutos es cobrado como si se tratara de valuar “las perlas de la virgen”.
Por otra parte, un taxi bien puede pasar como una máquina del tiempo, no obstante su aspecto común y desangelada tapicería. Trepados en esa nave suelen acontecer hechos que rayan en lo insólito, por no decir descabellado: se supo hace tiempo de un hombre que recién se había ganado la lotería, quiso pagar al taxista una dejada de 35 pesos con un billete de a mil: el clásico sujeto que dilapida antes de tener, que canta aún antes de afinar. El conductor, cigarrillo en la boca y ojos petrificados, se volvió y le sorrajó un puñetazo que le abrió la cabeza. Al taxista le había dolido aquella burla de la que no era merecedor; pero lo que más le dolió fue que el cráneo del tipo estrelló el cristal trasero de su carro. Al menos, eso fue lo que resaltaron los periódicos.
Ser conductor de taxi supone estar más cerca que ninguno de un sinnúmero de historias y personajes por demás distintos, excéntricos, ojerosos, arrogantes, parlanchines, jalisquillos, culturosos, imberbes, aguardentosos, disfuncionales, trabajadores, estudiosos, insufribles, cómicos, inveterados, despatarrados, etcétera. Y supone, también, cuando se lleva pasaje, la irremediable sensación de estar conduciendo un destino que no es el suyo.
“Hoy debiera contar hasta cien y luego soñar. Hoy debiera volver del océano y ser bienvenido”
Silvio Rodríguez, “Mariko-San”
(La Chica Azul se ha comprado una bicicleta: está empeñada en pedalear todas las mañanas a su lugar de trabajo. Bon vouyage.
El jueves pasado murió en Caracas el poeta venezolano Eugenio Montejo: un poeta menos en el mundo.
Ahí se los dejo: las autoridades recomiendan no salir a las calles entre la noche del sábado y la madrugada del domingo: una tromba azotará nuestra ciudad. A resguardarse tras puertas y ventanas se ha dicho.)
Imagen: www.travelcancun.com.mx
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