viernes, 15 de mayo de 2009

Divagancias y etcéteras


Las divagaciones y los etcéteras, tan lejanos uno de otro, y tan distintos en el hondo cometido que buscan: las primeras son una forma de hablar sin decir mucho; y no es que se no se diga gran cosa, sino que todo lo que se pronuncia en realidad no va a ninguna parte. Y los segundos poseen una cualidad paradójica y brutal a un mismo tiempo: en ellos las prolongaciones acaban en lo mínimo, es decir, se trata de una especie de concreción de suyo multitudinaria.
Divagar es un ejercicio que aparenta la búsqueda de ciertos objetivos pero que, en el fondo, no llega a ver cumplido ninguno de éstos: la explicación solicitada tiene una doble vista: por un lado apela a la rigurosidad de una encomienda, y por el otro no es más que una perorata que busca distraer, cuando no confundir. Se dice que en las divagaciones es que se conoce al interlocutor, que no hay aventura mayor que seguir cada cabo suelto que va dejando una interminable alocución que, en apariencia, no conduce a puerto seguro. Divagar es regar las palabras y verlas aparecer por todos lados, sorprendentes, desconocidas.
Cristina Rivera-Garza escribía el martes pasado que somos asiduos practicantes del etcétera, donde vertemos todo aquello que le es inherente a una descripción, enumeración, desglose, y todo cuanto tenga una pretensión extensiva, y sin embargo carece de importancia (por lo menos mediata) para nombrarlo: en el etcétera, valga decirlo, cabe el mundo, y todo lo que de éste se desprende. Y siguiendo ese derrotero, algún día el refrán podría cambiar: todo cabe en un etcétera sabiéndolo acomodar.
Entonces, divagar o anteponer etcéteras son dos actos que contienen un sinfín de matices, pero que confluyen en una sola tonalidad: la de las palabras: producirlas o recortarlas, clausurarlas o dejarlas ir como si se tratara de un brote incontrolable. Colocar un etcétera, sin cuidado y con desparpajo, por flojera o por considerarlo una salida elegante, se ha vuelto un hábito: el fin que se le da hoy dista de su espíritu, y allí radica su desprestigio y venida a menos.

“Mi sombra dice, que reírse es ver los llantos, como mi llanto, y me he callado, desesperado, y escucho entonces, la tierra llora. La era está pariendo un corazón, no puede más se muere de dolor, y hay que acudir corriendo pues se cae el porvenir, en cualquier selva del mundo, en cualquier calle. Debo dejar la casa y el sillón, la madre vive hasta que muere el sol, y hay que quemar el cielo si es preciso, por vivir, por cualquier hombre del mundo, por cualquier casa”
Silvio Rodríguez, “La era está pariendo un corazón” en Al final de este viaje

Imagen: perufotolibre.com

1 comentario:

Anónimo dijo...

Divagaciones y etceteras?.... interesante, jamás hubiese hecho una reflexión así... me considero con esta reflexión, una persona de divagaciones infinitas con mi yo interior... jejeje... ya que nunca llego a ningún lado...Y sobre los etceteras;ni que decir... a diario los reproduzco.

Firma:
"La Suegra Fresa, de Canijo" jejeje