(A la CA)
Las vacas siempre están ahí. Al doblar una curva, colgadas del horizonte, con la cabeza gacha en las márgenes de algún río o bordo, cruzando con pensada lentitud la carretera, detenidas en la languidez del paisaje, incólumes bajo el escarmiento cotidiano del sol, entretenidas en el quehacer más antiguo: pastar. Las vacas siempre están ahí, como esperando algo, incomensurables, con una geografía en blanco y negro inconfundible.
La vaca, desde tiempos inciertos y lejanos, ha sido, quizá más que el perro, el animal más cercano al hombre. No es sencillo concebir a una vaca en el patio de la casa, y no lo es porque sus características físicas la acomodan en espacios imposibles de delimitar: su existencia tiene algo de ilimitado, de infinito. Pese a ello, sí es factible convertirla en una acompañante cuando los derroteros de la imaginación se internan por toda clase de querencias: ese terso bólido de dos colores (¿lo son el blanco y el negro?) es, quizás, el animal más noble que jamás ha pisado estos lugares.
Su parsimonia, su triste mirar, sus cuatro patas desganadas, el último trazo de su cola, su testa de paredes fortificadas, sus enormes ojos, su volumen que semeja un barco de cabeza, su destino aletargado, sus ubres de donde mana el blanco más brillante, su sola inspiración de sobrevivencia: estar allí, pastar como un oficio milenario, transitar sin extravío de la mañana a la noche, morir con miedo.
“Dinosaurios en el siglo de las máquinas” las llama Alfredo Zitarrosa en “Guitarra negra”. Sí, los últimos dinosaurios, ésos que, lo aventuro nada más, seguirán poblando esta tierra aún a pesar de que se desaten todo tipo de catástrofes y eventos apocalípticos. A menos, claro, que se desate una guerra kubrickiana para exterminarlas.
“Yo soñé con aviones, que nublaban el día, justo cuando la gente más cantaba y reía, más cantaba y reía. Yo soñé con aviones, que entre sí se mataban, destruyendo la gracia de la clara mañana, de la clara mañana.
Si pienso que fui hecho para soñar el sol y para decir cosas que despierten amor, ¿cómo es posible entonces que duerma entre saltos de angustia y horror?”
Silvio Rodríguez, “Sueño de una noche de verano” en Causas y azares
Imagen: wunaladreaming.wordpress.com
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