En Guanatos todos los días miles de personas practican un deporte extremo: viajar en camión. Subirse a una unidad de transporte público supone ya una maniobra arriesgada: más de alguno ha ido a morder el polvo al trepar los escalones porque el chofer ha hundido el acelerador urgido por ganar pasaje, por jugar carreras con otra unidad de la misma ruta, por las deplorables condiciones del camión, por ir embebido con las rolas de la Ke Buena, o por alcanzar a la mujer que camina por la acera contoneándose en un ritmo mariposero y silbarle o lanzarle un piropo.
Transitar en automóvil también tiene sus asegunes: el tráfico vehicular es cada vez mayor, los automovolistas son cada vez más groseros y frenéticos frente al volante, los cajones de estacionamiento resultan insuficientes –esto se agudiza si consideramos que los espacios públicos ya no lo son más, pues ahora tienen dueños: los apartalugares, viene-viene o miembros de la cofradía de la santa cubeta–; un conocido cambió su auto por una moto y siempre que viaja lleva en la espalda esta leyenda “un auto menos”.
Una opción descabellada por todo lo anterior, es limitarse a ser peatón, pero Guanatos es una ciudad pensada para automóviles no para peatones. El peatón, frente a los automotores, no existe, es un ciudadano-gasparín: no se le cede el paso, se le arrincona en las aceras –que cada vez son usadas más como estacionamiento–, se le persigue; es, en suma, una presa puesta al mejor postor de toda la gama de bólidos que surcan nuestras calles.
Quizá podría recurrirse entonces a la bicicleta, pero este vehículo, en condiciones semejantes a la motocicleta, no comporta seguridad, y lo que es más, puede ser fácilmente blanco de una embestida de automóvil.
El asunto de la movilidad en la ciudad puede resolverse, de a poco, con la instrumentación de líneas del metro o tren ligero, en su defecto. Se trata de un sistema de transporte rápido, seguro, no contaminante, barato, y capaz de articular una urbe que se desparrama sin ton ni son.
“El puerto que sueño es sombrío y es pálido / y a este lado el paisaje está lleno de sol… / Pero en mi espíritu el sol de este día es un puerto sombrío / y las naves que zarpan del puerto son esos árboles al sol”
Fernando Pessoa, “Lluvia oblicua”
(“Un metro para Guadalajara” anda por la ciudad recabando firmas para llevar adelante un proyecto de transporte que nos urge.
“Hasta donde llega la corrupción y la compra de árbitros”: esta frase la dijo un amigo al enterarse del resultado de ayer de los azulcremas en Brasil. Buen resultado, por otro lado.
Ahí se los dejo: Cien mil muertos pudo haber dejado el ciclón que azotó Birmania en días pasados. Dicen algunos, al respecto, que uno de los jinetes del Apocalipsis se adelantó un poquito.)
Imagen: www.es.geocities.com
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