Se trata de un abrupto desamparo. Cosa semejante a la desolación, a esa insana desazón de no saber estar donde se está o de no estar donde se quiere estar. Es un golpe brutal, instantáneo, enceguecedor, que provoca una especie de conmoción en cadena. Cuando abro los ojos y me percato de que había estado soñando, de que aquello no fue más que sólo un sueño, un inatrapable e irrepetible sueño: la sensación se empequeñece y da cabida a un abrupto desamparo.
Continuamente, tras una noche de sueños el día transcurre pendiente de la tarea de hilar imágenes, de conectar palabras, de armar la trama de lo soñado: las más de las veces no resulta fácil, y al final de la labor se tiene una película inconexa, plagada de vacíos, una lista con más interrogantes que certezas.
Soñar equivale a involucrarse con sensaciones nunca antes experimentadas, incluso nunca imaginadas, que pueden conducir a estados informes de conciencia: alguna vez soñé que había muerto; recuerdo que me acerqué a mi madre que lloraba y le pregunté que quién había muerto: “tú”, me dijo, y yo mismo me acerqué al ataúd a ver mi cuerpo inerte.
Los sueños vienen y se van, y en esa fugaz estadía aparecen con distintas caretas: están los sueños benignos (en que nos la pasamos bien, y de los que lamentamos despertar), los sueños indolentes (ésos en que el dolor ajeno o propio nos es indiferente), los sueños alocados (miles de imágenes, rostros y situaciones totalmente ajenas a nuestro universo particular) y los sueños malignos (ésos que por donde se les vea no son más que pesadillas). A propósito de estos últimos, ¿quién no ha soñado que lo persiguen y en su frenética carrera está a punto de caer a un pozo, abismo, precipicio y en ese momento se despierta con una pierna en pleno estirón? Al cobrar conciencia, una sonrisa se abre paso en un rictus de pánico.
“Mató a su hermanita la noche de Reyes para que todos los juguetes fuesen para ella”
Max Aub, Crímenes ejemplares
(En estas últimas dos semanas me he sentido particularmente agotado, incluso desganado; no me harían nada mal unos días de descanso.
Los rojiblancos dieron una pobre exhibición y los echaron fuera del torneo: ni modo, muchachos babosos.
Ahí se los dejo: el Zenit, un equipo de media tabla en el futbol ruso, que en días pasados se adjudicó la Copa de la UEFA –la segunda en importancia a nivel de clubes en Europa después de la Champions- al derrotar al equipo escocés Glasgow Rangers, no admite jugadores de color en su plantilla.)
Imagen: www.galeriavalanti.com
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