Cuando Schlomo, al final de la película El tren de la vida, declara, tras la alambrada que delimita un campo de concentración alemán, que todo lo relatado hasta ese momento, pudo tal vez suceder sólo en su imaginación, nos encontramos de pronto, detenidos y atentos, ante el filo de una encrucijada, más allá de la cual el director se frota las manos ante la cara perpleja del espectador; la disyuntiva se compone de una sucesión de hechos reales –dentro del espectro cinematográfico- que nada tienen de fantástica inventiva y la imaginación de un loco que vislumbró un futuro que en nada correspondía con el que los días le iban presentando. ¿Para dónde hacerse?
El consejo de ancianos del pueblo judío –o shtel- convoca a una urgente reunión tras el aviso de que las huestes alemanas ya se encuentran cerca: todos opinan, las voces van y vienen, se entrecruzan, hay disputas, se pasean de un lado a otro presas del nerviosismo, pero ninguna propuesta convence a los demás, no atinan a ponerse de acuerdo. Y de pronto llega la solución: así como el loco del pueblo trajo el aviso de la cercanía de los nazis alemanes, el mismo sujeto le da al clavo: recoger todo y un buen día autodeportarse. Más allá del análisis de los pros y los contras de lo dicho por Schlomo, ¿hasta dónde es viable la idea de un loco?
A partir de un contexto más que singular: Schlomo decidió ser el loco del pueblo porque ya tenían rabino, herrero, panadero, maestro, etcétera. Su destino estaba dado por la imposibilidad de ser otro, sin embargo sus destrezas y cualidades rebasaban tal condición que, en otras circunstancias, serían motivo de desprecio y alejamiento de los demás: Schlomo, sí, era el loco del pueblo, pero fue también él quien los condujo a la aventura de la libertad, no el rabino ni el cura ni el más dotado física o intelectualmente. O por lo menos a saberse no encerrados por un tiempo.
En alguna situación, cualquier día todos pasamos por locos, y en el fondo sabemos que no lo somos: el asunto es que nos permitimos, como se dice comúnmente, salirnos por la tangente.
“Digamos que no tiene comienzo el mar. / Empieza donde lo hallas por vez primera / y te sale al encuentro por todas partes”
José Emilio Pacheco, “Mar eterno”
(Por segunda ocasión me sucedió que me he visto obligado a abandonar la sala de cine a mitad de la película por un pequeño detalle: los dos filmes fueron rodados en su mayoría con cámaras al hombro, lo que provoca un movimiento ininterrumpido en la pantalla: siento que estoy trepado en un juego mecánico de ésos que dan vueltas infernales y parece que no van a detenerse.
Ahí se los dejo: “Asesinos con menos de 10 años”, así tituló ayer El País una noticia en su versión electrónica, en la que se relata que en Argentina dos hermanos de 7 y 9 años de edad habían asesinado a su hermanita de 2 años, estrangulándola con un cable de teléfono. ¿Inocencia interrumpida?)
Imagen: www.galeon.com
El consejo de ancianos del pueblo judío –o shtel- convoca a una urgente reunión tras el aviso de que las huestes alemanas ya se encuentran cerca: todos opinan, las voces van y vienen, se entrecruzan, hay disputas, se pasean de un lado a otro presas del nerviosismo, pero ninguna propuesta convence a los demás, no atinan a ponerse de acuerdo. Y de pronto llega la solución: así como el loco del pueblo trajo el aviso de la cercanía de los nazis alemanes, el mismo sujeto le da al clavo: recoger todo y un buen día autodeportarse. Más allá del análisis de los pros y los contras de lo dicho por Schlomo, ¿hasta dónde es viable la idea de un loco?
A partir de un contexto más que singular: Schlomo decidió ser el loco del pueblo porque ya tenían rabino, herrero, panadero, maestro, etcétera. Su destino estaba dado por la imposibilidad de ser otro, sin embargo sus destrezas y cualidades rebasaban tal condición que, en otras circunstancias, serían motivo de desprecio y alejamiento de los demás: Schlomo, sí, era el loco del pueblo, pero fue también él quien los condujo a la aventura de la libertad, no el rabino ni el cura ni el más dotado física o intelectualmente. O por lo menos a saberse no encerrados por un tiempo.
En alguna situación, cualquier día todos pasamos por locos, y en el fondo sabemos que no lo somos: el asunto es que nos permitimos, como se dice comúnmente, salirnos por la tangente.
“Digamos que no tiene comienzo el mar. / Empieza donde lo hallas por vez primera / y te sale al encuentro por todas partes”
José Emilio Pacheco, “Mar eterno”
(Por segunda ocasión me sucedió que me he visto obligado a abandonar la sala de cine a mitad de la película por un pequeño detalle: los dos filmes fueron rodados en su mayoría con cámaras al hombro, lo que provoca un movimiento ininterrumpido en la pantalla: siento que estoy trepado en un juego mecánico de ésos que dan vueltas infernales y parece que no van a detenerse.
Ahí se los dejo: “Asesinos con menos de 10 años”, así tituló ayer El País una noticia en su versión electrónica, en la que se relata que en Argentina dos hermanos de 7 y 9 años de edad habían asesinado a su hermanita de 2 años, estrangulándola con un cable de teléfono. ¿Inocencia interrumpida?)
Imagen: www.galeon.com
1 comentario:
Noooo!!!! Platicaste el final de la película.
Pero lejos de eso, es cierto lo que dices, así también lo es lo que la sabiduría popular afirma con eso de que de músicos, poetas y locos todos tenemos un poco; además los locos somos de otro cosmos como bien dice Óscar de la Borbolla y finalmente todo depende del papel que decidamos representar en esta locura de mundo.
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