La Rendidora Sabelotodo volvió. No físicamente, pues no la saludo desde hace ya mucho tiempo; pero ella volvió: hace días pude verla correteando entre los arbolillos de una plaza pública; tras contemplarla un buen rato me di cuenta de que corría tras de sí misma. Y pude verla porque la Chica Azul la mencionó.
Por motivos de trabajo no pude asistir a aquel desfile de la primavera en que participó; desfile al que ella quería asistir de reina y no de flor verdosa y con los pies cafesosos y el pelo amarillo: según contaron aquella tarde-noche al regreso del desfile, la Rendidora se llevó los aplausos y los ojos de sorpresa de los asistentes que la miraron pasar desde la acera. Fue, y no por nominación oficial o cantidad de boletos vendidos, la Reina de aquella pasarela de escuincles abotargados.
Sin embargo, en su debut luchístico pude alentarla desde las gradas: su máscara, capa y botas plateadas (no es un remedo de El Santo, aunque bien pudiera parecerlo) hicieron resplandecer el pasillo que la condujo al cuadrilátero: al final, acabadas las tres caídas, el réferi le levantó la mano a la Rendidora en señal de su victoria; ella, mientras tanto, entretuvo su mirada entre el público que la ovacionaba de pie y quedó un instante congelada por aquella euforia.
Recuerdo, por otro lado, con suma emoción una de sus fiestas de cumpleaños: la Rendidora es especialista en apagar velitas (con calados resoplidos apaga cuanta vela ve encendida, aún cuando no se trata de un cumpleaños suyo); poco después, levantando el índice derecho pide que no la empujen al momento de que muerda el pastel (casi estaría de más decir que ella siempre hunde la cabeza del mordelón en turno): su rostro, embadurnado de betún y chocolate, no pierde nunca el trazo sinuoso de su risa chiquitita.
Hace algunos días me enteré que a la Rendidora le ha dado por hacer la primera comunión; se trata de una cuestión –como casi todas las que atañen a esta niña- que ha puesto de cabeza a sus padres: ellos no practican ninguna religión y tal parece que han accedido al deseo de la pequeña. En fin, no imagino a la Rendidora recitando de memoria los postulados del catecismo; me cuesta creer que en “la doctrina” guardará un buen comportamiento, pues su condición de niña-torbellino la anima a siempre levantar polvo por donde quiera que va.
“Alguna vez escribiré con piedras, / midiendo cada una de mis frases / por su peso, volumen, movimiento. / Estoy cansado de palabras”
Eugenio Montejo, “Escritura”
(Hace dos días volví a ver Sueños de fuga: cada vez me sigue pareciendo un excelente filme: cuando Freeman –nombre del actor- camina sobre la pradera tal pareciera que el cielo se partirá en dos y se precipitará con estruendo sobre nuestras cabezas.
Los días también tienen una condición inapelable: cuando llega la noche ya no hay modo de volver atrás; sin embargo, cuando amanece sí es posible, sin que medie el tiempo, adelantar los hechos e instalarse sin más en la noche venidera.)
Imagen: http://www.cll.on.ca/
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